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164 ALEJANDRO DE VILLALMONTE En este apartado proseguimos el simbolismo de la ‘mancha’ con la que todo hombre nacería, según los profesantes del PO. Y vemos a la teoría del PO como una mancha de aceite que se hubiese exten dido sobre el sistema cristiano de creencias en puntos numerosos e importantes del mismo. Inicialmente no damos a esta ‘mancha’ nin guna connotación peyorativa. Tampoco le vamos a seguir en el pro ceso de sublimación metafisico-teologica de que ha sido objeto. Sim plemente queremos señalar el impacto, la influencia que la creencia en el PO ha ejercido en algunos momentos vitales del dogma, de la moral, del pensar y del vivir de los cristianos occidentales, cultiva dores privilegiados de esta creencia. Lo haremos con rapidez sin demorarnos en amplias reflexiones. Lo que digamos bastará para nuestro propósito actual. Y también para que se vea lo correcta que es la observación que muchos se han hecho y que nosotros asumi mos PO: si eliminamos la creencia en el PO, numerosos temas neu rálgicos de nuestro credo han de sufrir una notable modificación, tanto en su contenido como en su interpretación, al cambiar la perspectiva en que han de ser considerados y comunicados. fisiológico, luego como mancha tabúica y, finalmente, religiosa que al primitivo le sugería la actividad sexual en los progenitores, en la madre que da a luz, en el niño que nace envuelto en las sangres maternales. Todavía en nuestros días la mentali dad y cultura católica popular asocia el PO a la sexualidad, en diversas formas. El pecado por excelencia y, en ese sentido, el»original/originario» es el pecado sexual. El que se cometió en el jardín del Edén y en los que ocurren cada día en este valle de lágrimas. La cultura popular antigua y también en algunos grandes sabios como Séneca, Orígenes, Agustín leen las lágrimas del niño al nacer como una señal instintiva del dolor con que el bebé entra, desterrado y caído, en el mundo sublunar y grosero de la tierra. Sin embargo, como curiosidad recogemos una cita de H. Bremond, Histoire littéraire du Sentiment Religieux en France, París, Bloud et Gay, 1923 I, 456 s.; Y ves de París, un espiritual capuchino del siglo xvii, opina que el niño «percibe menos las desgracias de esta vida que el retraso de la eternidad y sus lágrimas son más bien de amor que de miedo... Su dolor viene tan sólo de la abundancia que le asombra... Comienza a presentir su felicidad (futura) y los tras portes de alegría le hacen sonreír (a los cuarenta días)*: notable sugerencia ‘lírica’ de un hombre excepcionalmente optimista, a pesar de que creía en el PO, pero poco, al parecer.
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