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156 ALEJANDRO DE VILLALMONTE Y, sin em bargo, también en aqu ella e d a d necesita d e la g ra c ia del Salvador p a r a ser aceptable p a r a la vida eterna. Y d e h echo la reci be en aqu el p rim er instante d e su vida». Es la opinión que nosotros venimos defendiendo. La diferencia respecto a las tres propuestas por Agustín es clara y decisiva para el tema que nos ocupa: señalar cuál es la raíz primera de la incapacidad soteriológica y de la corre lativa necesidad del Salvador. Coincidimos con los pelagianos, con la tradición cristiana ante rior e independiente de Agustín y con la ética natural más elemen tal al decir que el niño recibe la naturaleza humana sana, inocente, limpia de cualquier pecado. Es inmoral, erróneo, hablar de pecado allí donde no ha precedido un ejercicio libre de la voluntad perso nal. Pero nuestra diferencia es cualitativa cuando añadimos: y, sin embargo, entonces mismo, en esa situación está necesitado (y reci be) la influencia de la Cruz de Cristo, al modo por nosotros explica do. Tenemos que discrepar del presupuesto agustiniano-pelagiano (de ambos, aunque por motivos distintos): hablar de una naturaleza sana, íntegra, incorrupta es suponerla dotada de posibilidad = possi- bilitas p elag ian a para obrar todo el bien moral y, por ello, se haría innecesario el Salvador y su gracia. O bien en esta otra formulación: es indispensable que el hombre se encuentre en situación de peca do para poder presentarlo como sujeto beneficiario de la gracia de Cristo. Presupuesto agustiniano-pelagiano que ninguno de ellos sometió a control de la razón crítica, la que mira el problema desde el contexto general o analogía de la fe. Vale decir, desde otras verda des dogmáticas de más alta seguridad y valía. Ni Agustín ni sus con trincantes pelagianos llegaron a proponer la cu arta alternativa, la que hoy puede y debe proponer la teología católica actual y actua lizada. Sería a n a c r ó n ic o , extemporáneo buscar esa opción en el siglo V de nuestra era. El déficit, la carencia que aquí comparten Agustín y pelagianos es el no haber llegado a descubrir el concepto preciso de «naturaleza» y del «Sobrenatural»/gratuito, tanto en sí mis mos y en sus mutuas relaciones. Es un avance que se ha logrado en la teolog ía c a tó lic a o c c id en ta l desde la Edad Media en adelante. Y, por cierto, armonizando el robusto «naturalismo» aristotélico-estoi- co (que subyace también en la mentalidad de Juan de Eclana) con el intenso «sobrenaturalismo» visible en la teología agustiniana. Como consecuencia de disponer hoy de una ‘ teolog ía d e l s o b r e n a tu r a l suficientemente consensuada en lo esencial, debemos decirles a
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