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CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL 21 jeron tales textos, se advierte una disonancia entre la mínima y difu­ sa realidad objetiva y la ostentosa solemnidad de las expresiones verbales. Menciono un punto neurálgico: han sido y son intermina­ bles los intentos por explicar la índole del pecado en que se consi­ dera incursos a los recién nacidos. El evento/fenómeno/aconteci­ miento se califica siempre de «pecado», pero, siempre también, de pecado peculiarísimo. Si alguien buscaba mayor concretez sobre esta peculiaridad, no la encontraría. Los incontables ensayos para explicar la esencia del PO terminan siempre hablando de que es inexplicable. Y, en seguida, se busca protección y prestigio en la zona de lo inefable, bajo el dosel sagrado del «misterio del PO». Aun­ que el lector reflexivo siempre queda con la duda de si ese misterio lo propuso Dios o se lo crearon los teólogos para su propio servi­ cio, fatigados en el empeño de explicar lo inexplicable. ¿No será que el PO es inexplicable por ser inexistente? 3. EL PECADO ORIGINAL, ¿COSA DE NIÑOS? Los teólogos que, todavía en nuestros días, conservan la teoría del PO, no dejan de percibir lo estridente de la afirmación de que todo hombre haya sido concebido en pecado. Cierto es que, inme­ diatamente, se esfuerzan en quitar hierro a la afirmación aplicando al evento el calificativo de original. Se trataría, pues, de un pecado verdadero, real y formalmente tal, pero «analógico», por extensión de significado, por metonimia. Magro consuelo, porque, en dicha fór­ mula, pecado es lo sustantivo y fuerte, y lo de original es adjetivo, adveniente. Inclusive, bajo ciertos aspectos, el denominarlo «original» es recalificarlo como el máximo pecado humano, a juzgar por la solemnidad con que se le hace entrar en la historia y por las nefas­ tas consecuencias que acarrea para cada individuo y para la humai- dad entera, por los siglos de los siglos el PO: originante y originado. Para rehuir la estridencia que resulta de llamar pecador a boca llena al recién concebido, varios teólogos actuales, de primera inten­ ción al menos, dejan intocados a los niños al hablar del omnipre­ sente PO y concentran todo el peso de la acusación de ser ‘pecador’ en el hombre adulto. Sólo en forma derivada, extensiva, marginal, extrapolando conceptos y situaciones, como un tema fronterizo,

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