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154 ALEJANDRO DE VILLALMONTE A través de esta exposición se ve claro que el hombre no ne cesita llegar a encontrarse en situación de pecado para que se encuentre ya con anterioridad en absoluta incapacidad para conse guir la Salvación, y de hacer actos que positivamente conduzcan a ella. Esta incapacidad se fundamenta en la sobreexcelencia infinita del Ser divino y en la estructura metafísica del espíritu humano, finito. Está allí la impotencia antes de que tenga disposición inme diata para obrar el bien o el mal. Más aún, incluso aunque el hom bre llegue a obrar el bien a nivel de una ética meramente civil, ‘natural’, todavía se encontraría en impotencia para conseguir la Salvación. Porque la Salvación de que habla la teología es pura donación gratuita de Dios, de libérrima disposición divina: absolu tamente sobre-humana. A mi juicio, todos los defensores del PO, en su argumentación teológica a favor del mismo, han sufrido una palmaria confusión argumentativa, a partir de san Agustín y hasta el presente día. La falsa argumentación o prejuicio lógico ha sido éste: identificar impo tencia soteriológica con \situación p ecad o ra 1 del hombre a salvar. Veamos el proceso argumentativo: — Hay que mantener, como dogma básico de nuestra fe, la necesidad universal y absoluta de la gracia de Cristo: ¡no desvirtuar la eficacia de la Cruz de Cristo!, era el lema y verdad indiscutible. — Esta necesidad del Salvador presupone/exige que el hom bre a salvar se encuentre en universal y absoluta incapacidad para salvarse por sus propias energías. — Pero no tenemos ningún motivo para hablar de la universal incapacidad para salvarse —para obrar el bien que conduce a la sal vación—, si no admitimos que todo hombre, sin excepción, incluso el recién nacido, se encuentra en situación de pecado. Que es lo que implica la doctrina del PO. Agustín, el creador y máximo usuario de tal argumentación está marcado y, desde nuestra perspectiva actual, limitado por el plan teamiento que los pelagianos hacían de todo el problema. Si Agus- salvación. La acción de Cristo, su gracia sería ante todo, medicinal, curativa del peca do, reparadora de la ruina causada por Adán. Sólo en estos últimos decenios, tam bién en Occidente ha pasado a primer plano la visión elevante, deificante, creadora de la acción de Cristo. En mejor consonancia con los Padres griegos y con el NT.
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