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CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL 149 Los tres momentos ponen de manifiesto un hecho único: que el dominio de El Pecado es esclavizador e irreversible. Por tanto, siguien­ do el dinamismo del símbolo, diremos que la razón más perceptible, próxima y cuasi-experimental de la incapacidad del hombre para librarse de la esclavitud se encuentra en el propio hombre: en el hecho de haberse entregado voluntariamente a El Pecado. Él ha creado una situación en la cual se encuentra irremisiblemente perdido. Podría pensarse razonadamente que, puesto que el hombre entró libremente en el reino de El Pecado, no le será imposible tomar la libre decisión de sacudir el yugo del tirano y gozar de nuevo de liber­ tad espiritual. No es así, en absoluto. En efecto, si nos fijamos en la vertiente meramente antropológica del acto pecador, en el aspecto meramente ético, comportamental o psicológico del acto, parece no habría dificultad, por principio, en admitir que, quien por debilidad de su voluntad se hizo vicioso, podría, con energía de voluntad y riguroso autodominio, tornarse hombre honrado, a nivel de la ética humana, civil82. Pero el pecar humano tiene una vertiente/dimensión teologal: implica una ruptura de la amistad con Dios, una repulsa de su amor, de la Alianza, como dice el AT. Y aquí entramos en la zona literal­ mente «misteriosa» del pecado: el misterio de la gratuidad y libérri­ ma decisión divina de perdonar (o no perdonar) al ofensor. Es abso­ lutamente imposible que el hombre sepa si Dios le ha perdonado y restablecido la amistad, a menos que Dios se lo diga. Menos aún puede el hombre disponer del favor perdonador de Dios. Porque entonces la gracia no sería gracia, sino forzosidad y necesidad. Y Dios dejaría de ser Dios. Visto desde este ángulo teológico, el pecado crea en el pecador una absoluta incapacidad para superar la situación de pecado y, en consecuencia, para la salvación. Aun­ que se mantenga el principio de que, al que hace lo que está de su parte, Dios no le niega la gracia. No porque cualquier elevada «hon- 82 La tradición católica admite que un hombre, con un buen uso de sus ener­ gías morales/espirituales, puede llevar una vida honrada a nivel de una ética natu­ ral/civil. Pero, en ningún caso, podría hacer obras «saludables», aceptables por Dios para la vida eterna. El concilio Arausicano (a. 529), de inspiración agustiniana, pare­ ce admitir que, alguien por sus fuerzas naturales = per naturae vigorem, podría hacer numerosos actos buenos que allí mencionan. Pero nunca tales actos serán «valiosos para la vida eterna*, DS 376 s.

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