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20 ALEJANDRO DE V1LLALMONTE santidad y justicia. Es obvio que esta urgente invitación sólo puede ser dirigida al individuo humano adulto, ya maduro: ser consciente y libre, persona >en el sentido más pleno de la palabra. Hablando con rigor y precisión teológica,es decir, hablando en consonancia con lo que Dios dice y no más, parece que sólo un indi­ viduo adulto puede ser llamado justo/santo, si obedece a la llamada de Dios; o bien pecador, si voluntariamente la desoye. En este punto insiste mucho A. Vanneste, según veremos. Pero ¿qué decir de esa inmensa multitud que constituye la humanidad infantil, que no puede oír ni desoír la llamada de Dios? Si fu era necesario llegar a hablar de la situación teologal de cada individuo humano al llegar a la existencia, será inevitable el recurso a principios más altos, dis­ tintos de la llamada a la conversión, para denominarles sea pecado­ res, sea justos. ¿Existen esas altas verdades de fe, desde las cuales haya paso obligado, lógico, razonable y razonado para hablar de pecado o de gracia en el recién llegado a la existencia? Desde la altura a la que ha llegado nuestra reflexión debemos mantener nuestra honradez y sobriedad intelectual y decir: el califi­ car de «pecado» o de «gracia» la situación teologal del recién nacido, por su propia naturaleza, no podrá aspirar a ser más que una con­ clusión teológica, un «teologúmeno» modesto e inseguro, de nuestro acervo de «teorías» teológicas, continuamente necesitado de un reno­ vado apoyo cognoscitivo, argumentativo en verdades de fe más bási­ cas, más claras. Por eso, cuando la teología cristiana occidental pro­ pone, en forma pertinaz, perentoria y solemne que todo hombre es concebido en pecado, de momento y hasta que por otros caminos no nos vengan mayores seguridades, hay que calificar tamaña afir­ mación de desmesura intelectual, de pretensión voluntariosa y enfá­ tica y, en casos, de sospechosa arbitrariedad. Como la palabra de Dios deja sin respuesta, intocada la pregunta que nos hemos hecho, cabrían diversas hipótesis/teorías para llenar ese vacío informativo que parece preocupó mucho en tiempos pasados. Por eso, podría tacharse de desmesura el hecho de que a una simple deducción, conclusión y explicación de algún dogma básico, se le magnifique hasta convertirla en una verdad por sí misma valiosa, de importan­ cia primordial, arropada con certidumbres definitivas. Leyendo entre líneas los innumerables textos que durante siglos sobre el PO se han escrito y en el subconsciente de los que produ-

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