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142 ALEJANDRO DE V1LLALMONTE actuar. En menor grado su ‘naturaleza’. Realidades de este tipo más que ‘naturaleza/esencia’ son fuerzas, energías (dynamis), poderes en acción. — El Pecado es presentado a la imaginación del lector de Pablo como una magnitud o poder preexistente, anterior, superior al cosmos y a la historia humana. Ronda y acecha la ciudad de los humanos con ganas de entrar en ella y dominarla. La mitología y la misma teología católica posterior ha otorgado densidad y estatuto personal y óntico a este poder en la figura de Luzbel quien, arroja­ do del cielo por su rebeldía, buscaría en la tierra, en los hombres, el desquite de su derrota celeste, luchando aquí contra los designios salvadores de Dios. — El primer hombre Adán, al trasgredir el precepto divino, con su pecado personal libre y responsable, habría dado entrada al tira­ no El Pecado. Como, según el romancero, el traidor «Vellido Dol- fos/hijo de Dolfos Vellido» abrió, con su traición, al enemigo las puertas de la ciudad de Zamora, así Adán habría abierto las puertas de la ciudad de los hombres al tirano El Pecado. Es posible que, en consonancia con su época y su cultura, Pablo pensase en Adán como en un individuo histórico, cronológicamente primero. Lo utili­ zaba como leve apoyatura literaria y argumentativa no por lo que era en sí, sino por la función de introductor afamado y legendario de El Pecado en la historia. Provocando, dialécticamente, la sobrea­ bundancia de la salvación venida de Cristo. — A lo largo de la historia cada individuo repite el comporta­ miento del primer adán/hombre: con su pecar personal da entrada a El Pecado y se entrega a su dominio. Los judíos incumpliendo la ley y con su orgullo espiritual. Los griegos obrando contra su concien­ cia y por la autosuficiencia con que confían en su sabiduría. Todos han caído bajo el dominio de El Pecado, Rm 3, 10-18. El ser pecador, según Pablo, incluye estos tres momentos: el transgredir consciente y libremente el mandato divino; el entregarse voluntariamente al domi­ nio de El Pecado; el extender el dominio de El Pecado en la creación entera, cf. Rm 8, 18-22. En toda esta breve hamartiología paulina, es esencial subrayar con firmeza que el dominio de El Pecado no se ins­ tala ni en el individuo ni en la creación en forma fatal, necesitante. Entra y se establece en la medida en que cada individuo, conscien­ te, libre y responsablemente, entrega los miembros de su cuerpo (su

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