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CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL 139 la actual historia humana no habría pecados sino hubiera habido PO. Por eso, al que elimina el PO se le acusa de secar la fuente de los pecados humanos, de desconocer el misterio de iniquidad que impregna la historia humana. Digamos, brevemente, que esta argumentación se apoya en la tantas veces mencionada y por nosotros descartada teología de Adán; en la creencia en el PO como un «dogma» del cual no es posi­ ble dudar. Además, conviene recordar un conocido dicho de Pascal: el misterio del hombre es inexplicable sin el PO, pero también lo es si admitimos el PO. Por mi parte, mucho más inexplicable si inten­ tamos explicarlo mediante la teoría del PO, que somete a riesgos insuperables e innecesarios tanto a la bondad de Dios como a la dignidad del hombre. La doctrina del PO se utiliza en este argumento como una etio­ logía, una explicación causal de la miseria (física y moral) que abru­ ma al hombre histórico. Pero un espíritu medianamente crítico se debe preguntar si, por otros caminos, con auxilio de otra etiología, no podría ofrecerse otra explicación menos tortuosa y menos com­ prometedora. Dando mayor profundidad al tema, haríamos esta observación sobre la que será necesario volver: los predicadores de conversión y los teólogos, ante la experiencia de la abrumadora mul­ titud y exceso de pecados, no deben dar importancia primaria, sino subsidiaria y auxiliar a la pregunta por el origen del pecado: unde peccatum? Lo primordial y más sustantivo es preguntarse por la sal­ vación: de dónde vendrá el Salvador/la salvación? Sin duda que es indispensable que el hombre tome conciencia de su pecado y de su invalidez espiritual. Pero, para la teología, es importante tener en cuenta que una conciencia de pecado que sea creadora y elevante, no la logra el hombre sino después de haber tenido experiencia per­ sonal y honda de la generosidad y amor de la Gracia que le ha per­ donado y liberado. Podría hacerse una aplicación extensiva de la célebre frase de Shakespeare ‘algo huele a podrido en Dinamarca’ y decir: «algo huele a podrido en el planeta Tierra». Pero buscar el origen de esta podredumbre en el pecado de Adán que pervive incrustado en la masa del espíritu y del organismo humano, es un recurso ineficaz y superficial. Si alguien quiere preguntarse por el origen de esta mal­ dad, la pregunta sería: ¿cómo se explica que, habiendo el Padre

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