PS_NyG_1999v046n001p0007_0353

134 ALEJANDRO DE VILLALMONTE Padre. La salvación que Cristo trae a todo hombre ha captado para sí, preventivamente, al naciente ser humano. La serpiente no ha entrado todavía en este paraíso para realizar su tarea de seducción- tentación. Las fuerzas de El Pecado que operan en la historia cierta­ mente están presentes, operan en el exterior, pero no han logrado entrar en el alma del niño. El adversario, como león rugiente, busca devorarlo, pero todavía no ha llegado su hora ni el poder de las tinieblas. Por el contrario, si ponemos el pecado y la tragedia en el inicio mismo de cada vida humana, pienso que es dejarse llevar por un infundado pesimismo humano y religioso, por una fuerte obse­ sión de pecado, cuyos antecedentes habría que buscar en la menta­ lidad encrátita, gnóstica, maniquea dominante en el ambiente reli­ gioso-cultural en que fue germinando la doctrina del PO. Nunca en los textos del NT. Finalizamos este capítulo, de importancia primaria para nuestra tarea de conjunto, con estas advertencias: — nuestra propuesta sobre la Gracia y santificación original de todo hombre encuentra sólidas razones para ser mantenida al nivel que le es propio: como una conclusión teológica. Ni necesita ser encumbrada a más solemnes certidumbres de rango semidivino. Pero, incluso a este modesto nivel, logra un notable interés científi­ co-teológico que puede reflejarse tanto en el plano doctrinal como en el práctico pastoral. — No desdeñable ventaja ofrece el hecho de que nuestra pro­ puesta elimina, por sobre-elevación y plenificación, la teoría del PO, con toda la constelación de afirmaciones que le acompañan. Tan negativas y desfavorables, a juicio nuestro, para la ortodoxia y orto- praxis de la Comunidad católica. Volveremos sobre este tema. — A tenor de lo advertido al comienzo de este libro, cualquier investigación sobre la situación teologal del naciente ser humano no puede tener más que un interés limitado, marginal dentro de nuestras creencias y teorías soteriológicas y caritológicas. Pero ya entonces extendíamos la reflexión a ese innumerable grupo huma­ no que llamanos la «humanidad infantil» que muere sin bautismo. El tema ha preocupado con tenaz frecuencia. Anejo a éste es el tema del llamado «limbo de los niños». No sería temerario decir que, al menos hasta fecha reciente, la mayoría de los seres humanos ha pasado de este mundo al otro en ‘edad infantil’, sin llegar a lo que

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz