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130 ALEJANDRO DE VILLALMONTE transforman en nueva trinchera desde la que siguen defendiendo el dogma del PO, de primordial importancia, irrenunciable para ellos. Entre las razones teológicas a favor del dogma del PO se men­ ciona ésta: al definirse que María, «por singular gracia y privilegio», no contrae el PO, se co-afirmaría (en el caso se reafirmaría) que todos los demás hombres sí contraen dicho pecado 73. Sin embargo, nosotros, al reconsiderar la relación entre el dogma de la Inmacula­ da y el ‘dogma’ del PO, nos creemos autorizados a realizar un ejer­ cicio dialéctico similar al que realizó Duns Escoto al hablar de la excelencia del Salvador: se retuerce la argumentación de los neoes- colásticos, se le cambia de sentido y se afirma: Al p ro c lam a rse p o r el pu eb lo católico qu e María, p o r los méritos d e Cristo, está llena d e g r a c ia desde el p rim er instante d e su ser (no con trae el PO) se a b r e cam in o llano y seguro p a r a afirm ar: en aten ción a los méritos d e Cristo, todo hombre, a l llegar a la existencia, se encuentra en esta­ do d e G racia y am istad con Dios, inmune d e toda m an cha del PO. Esta propuesta será perfectamente aceptable si tenemos a la vista estas ideas: a ) los principios de soteriología y caritología que llevaron a los inmaculistas primeros a descubrir el hecho de la ple­ nitud de gracia en María; b) el sentido auténtico del dogma de la Inmaculada; c) la relación existente entre María —la eminentísima redimida y santificada— y los demás hombres sus hermanos de carne y sangre, santificados por el mismo Redentor, dentro de idén­ tica economía e historia de salvación. La soteriología/caritología manejada en todo el problema parte de la convicción de que la función primordial de la Gracia Increada y de la gracia creada es elevante, deificante, creadora de nuevo ser en el hombre. Esta función elevante es la primera, esencial y nunca puede estar ausente cuando se habla del acontecimiento de la santi­ ficación del hombre. La función medicinal, liberadora del pecado es adveniente y ocurre si hay pecado previo. Podría no haberlo y, sin embargo, la Gracia sigue siendo absolutamente necesaria para la vida eterna. La cuestión nos ha ocurrido ya varias veces y la volveremos a encontrar más adelante 73 Esta argumentación, por los demás usual, la utiliza J. S agües , De Deo crean­ te et elevante, en Sacrae Theologiae Summa, Matriti, BAC, 1955; II, n. 713.

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