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CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAI. 119 Querer ver reproducido aquel estado en cada naciente ser humano, sería contradicción flagrante y casi ridículo por parte nuestra 64. 3. TODO HOMBRE NACE EN ‘ESTADO DE GRACIA’ La idea expuesta bajo la fórmula «Gracia original» tal vez pueda ser mejor comprendida si la presentamos en esta otra más sencilla y usual en la antropología teológica: todo hombre se encuentra «en estado de gracia» desde el primer instante de su vida. Al utilizar esta fórmula tan conocida es claro que no queremos, en este momento, introducir ninguna novedad en la caritología ni en la soteriología católica. Tan sólo subrayar alguna de las dimen­ siones que el «estado de gracia» tiene para nuestro tema: — Estar en gracia significa para nosotros, ante todo y en forma primordial, una actitud divina respecto del hombre. Se quie­ re decir que Dios, con absoluta libertad y liberalidad, acepta a este hombre que llega al mundo, en su individualidad y realidad perso­ nal, como hijo adoptivo suyo, digno de la vida eterna. Aquel desig­ nio salvador que existía desde la eternidad en el corazón del Padre, Ef 1, 2-6 par., se historifica y comienza a realizarse en la vida de cada hombre que llega a este mundo. Usando la terminología esco­ lar diremos que el hombre entra en la vida acogido por la Gracia Increada: la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo que hace sentir en él su presencia y su influencia. — Pero, según la teología católica, el agraciamiento del hom­ bre no ocurre, ni se dice de alguien que ‘está en gracia’ sólo por la presencia en él de la Gracia Increada, el Espíritu Santo; ni es pura y mera actitud del amor benevolente y misericordioso de Dios. Ese amor es creador, conlleva la transformación del hombre amado por Dios. El realismo inmanente de esta transformación es necesario 64 Discutieron los pelagianos y san Agustín sobre si los hombres actualmente «nacen en aquel estado en el que Dios creó a Adán». Ambos contendientes, cada uno a su modo, discutían sobre un presupuesto común: la existencia histórica de Adán y de su «estado paradisíaco». La discusión no tiene razón ninguna para ser continuada en la actualidad, desde el momento en que se rechaza de plano la teo­ logía de Adán.

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