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112 ALEJANDRO DE VILLALMONTE miserias que afligen a los humanos. El paralelismo de tales mitos con las narraciones bíblicas —plenamente recibidas por la tradición cristiana— era demasiado claro. Surgía, en consecuencia, la vehe­ mente sospecha de que las creencias cristianas sobre Adán/huma­ nidad y su prístino estado paradisíaco, sobre su estatuto teológico privilegiado, no eran verdades caídas del cielo. Habrían brotado, más bien, del seno fecundo de la madre tierra; vale decir, de las profundidades de la psique humana, individual y colectiva. Crea­ dora inagotable de mitos y filosofías que le ayuden a descifrar el sinsentido del humano sufrir. Este último aspecto lo desarrollaron los cultivadores del psico­ análisis y de la psicología profunda, S. Freud y C. G. Jung. Estos estudiosos hicieron de los mitos de los orígenes —cristianos o no cristianos— tema favorito de sus investigaciones. Las cuales con­ tribuyeron notoriamente a desacralizar y ‘desontologizar’ la teoría del PO. Los textos teológicos que, pretendidamente, lo fundaban, fueron despojados de su historicismo y literalismo craso. Se busca­ ba un contenido simbólico de fondo que diese viabilidad y acepta­ bilidad a las figuras del paraíso, de la caída originaría, del senti­ miento de culpabilidad, de la eterna pregunta por el origen de la miseria humana. Problemas que, en la medida escasa en que ten­ gan una respuesta, ésta ha de buscarse, como indicábamos antes, en las profundidades de cada individuo y de cada comunidad humana histórica, y no ir a mendigarla al comportamiento aciago de los lejanos ancestros de la tribu humana original. C) La NUEVA HERMENÉUTICA DE LOS TEXTOS BÍBLICOS Es sabido que las ciencias y los problemas concretos que en ellas se discuten avanzan a compás y en la medida en que se descubren nuevos métodos /nuevos caminos para moverse hacia la realidad y para ordenar el material disponible. Las dificultades que los mencio­ nados saberes humanos presentaban a la teoría del PO la acometían desde fuera, eran adversarios externos. Por su propia fuerza demos­ trativa no podían los sabios de este mundo invalidar la enseñanza de los teólogos sobre los orígenes de la humanidad, en la medida en que la teología plantea el problema del origen del mundo y del hom­ bre desde el campo de lo metaempírico, transcendente, desde la pa-

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