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106 ALEJANDRO DE VILLALMONTE pecado«, según frase agustiniana, heredada de Platón. Nominal­ mente los niños: sufren un castigo, luego son culpables. Participan no sólo de la pena, sino también de la culpa de Adán 55. La teología contemporánea ha inculturado el viejo argumento ex miseria humana dentro del existencialismo antropológico, cuan­ do éste habla del desgarro existencial del hombre histórico. Tome­ mos como ejemplo la exposición de M. Flick - Z. Alszeghy. Su larga argumentación avanza por estos tres pasos: 1) el hombre dividido en sí mismo: el equivalente de la miseria de agustiniana y pascalia- na memoria; 2) se busca la explicación de esta división radical y se encuentra en una acción pecadora del propio hombre; 3) este oscu­ ro pecado se concreta en la figura del pecado originante de Adán. Es decir, que tal miseria es pecado porque proviene del pecado (ori­ ginal) e impulsa al pecado personal56. B) E l HECHO DE LA GRAN MISERIA HUMANA Sobre el puro y neto hecho empírico de tanta miseria no es preciso discursear: sería llevar agua al mar. Agustín, viviendo en una época de graves sufrimientos sociales e individuales, es inagotable en describir las miserias múltiples del humano existir. Lo específico de él y lo que aquí, como teólogos, nos interesa, es el hecho de haber señalado la miseria humana por excelencia en la dura necesi­ dad de pecar = peccand i dura necessitas! a la que está sujeto el hombre histórico: su esclavitud bajo el tirano El Pecado de que habla Pablo en Rm 6-7. Por otra parte, la ancestral inquietud metafí­ sica de los maniqueos y del primer Agustín por el problema del mal: 55 A este argumento agustiniano hemos dedicado un estudio monográfico y crítico: - Miseria» humana y pecado original: un gran tema agustiniano, en RA 33 (1992) 111-151; S an B uenaventura parece estar de acuerdo en que la filosofía pura —la de Aristóteles, en su tiempo— no tiene motivos para ver nada universal y radi­ calmente ‘anormal’ en la miseria humana. Pero la Escritura, en su narración sobre la situación paradisíaca del hombre y «una inteligencia llena de piadosos sentimientos respecto de Dios», no puede ver esta miseria sino como castigo del pecado humano. II Sent. Dist. 30, art. 1, q. 1; ed. Quaracchi II, 714-717. También santo Tomás, en forma más breve, en Contra Gentes 4, c. 5. 56 Antropología teológica, Salamanca, Sígueme, 1970. III: El hombre alienado por el pecado, 217-316.

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