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382 JAIME NUBIOLA rechazo del academicismo ritual y del ensanchamiento del campo temático de su filosofía. No aspira ya a ganar méritos académicos, ni a triunfar en polémicas, sino sólo a llenar el mundo de luz y a conferir a su sabiduría seguridad (p. 24). En la redacción del libro hay por parte de Eugenio d ’Ors una notable aspiración sistemática, pues está persuadido de que «sólo donde hay Sistema hay Filosofía»12. Sin embargo, a pesar de tal decla ración, El secreto de la Filosofía no es la presentación de un sistema filosófico cerrado, sino que las más de las veces es —como señala Ferrater Mora (p. 17)— más bien un programa. A mí me gusta ver este libro como la culminación de la aventura filosófica de d ’Ors en la que éste da lo mejor de sí con arreglo a sus conocimientos y a su formación: «Nunca he pretendido ocultar —escribe antes de comen zar la tercera parte (p. 335)— que yo, a tiempo de ir enseñando, estudiaba y que mi función de guía corría pareja con mi aventura de impaciente descubridor». Más que el expositor de un sistema filosófi co al uso cartesiano, como pudiera parecer a primera vista, Eugenio d ’Ors es el revelador del secreto «que se guarda tras de siete puertas en la encantada ciudad de la Filosofía» (p. 335). Ese secreto es «un secreto profesional. El filósofo comunica aquí al curioso su receta para que, al cabo de unas páginas, sepa el profano tanto como él. Y para que se atosigue en querencia de saber más, buscándole tres pies al gato pardo del conocimiento, a la gata huidiza del diletantis mo» (p. 26, 1.a). ¿Cuál es verdaderamente ese secreto de la Filosofía? El secreto, celosamente guardado tanto por los filósofos como por los científicos, es el descubrimiento de que la racionalidad es sólo una parte de nues tro saber y de nuestra vida. La ciencia es importante en nuestra vida, pero no es capaz de conferir sentido a las dimensiones de nuestro vivir que a fin de cuentas nos parecen más importantes: el lenguaje, el arte, la música, la religión, la cultura. Esas dimensiones no son reduci- bles a su estricta materialidad medible y cuantificable. Quien tratase de reducirlas a su soporte material físico se condena a sí mismo irre misiblemente a no comprenderlas. Ésta es, a mi entender, la mejor lec ción aprendida por Eugenio d ’Ors del pragmatismo americano y de su 12 E. d ’O rs , «Declaraciones de autor», p. 98.
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