PS_NyG_1998v045n002p0221_0253

EL PATRIMONIO ESPIRITUAL DE LOS HERMANOS. 247 revisten un carácter jurídico y, consiguientemente, sólo sirven para comportamientos de vida de grupo programada para una cultura de cristiandad. El interrogante hecho por la Congregación para los institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica sobre la convenien­ cia de inscribir a nombre de la Orden los bienes a uso y disfrute de la Fraternidad, ha quedado, al parecer, sin respuesta y, consiguiente­ mente, el problema suscitado «sin solución» en el y para el hoy. El capítulo quinto, «Modo de trabajar», quizá sea el exponente máximo de continuidad con el pasado: no ha permitido esa «fideli­ dad» al pasado poder presentar la novedad del planteamiento teóri­ co y práctico de la actualidad y naturaleza del trabajo. Según el plan­ teamiento actual, secular, recogido por la doctrina social de la Iglesia y por los documentos pontificios, el trabajo es, ante todo, un medio de realización personal, en modo alguno un castigo impuesto al hombre, y ni siquiera un medio ascético, sino más bien una ocasión de servicio. El trabajo lleva la dignidad de la persona que lo realiza: su eje­ cución ni crea ni es ocasión de desigualdades. Un pensamiento masoquista o simplemente dualista, herencia de un pasado filosófi­ co y práctico griego, no cristianizados o simplemente humanizados hasta los tiempos más recientes, ha podido estar a la base de ciertas posiciones que es necesario superar. El cap ítu lo sexto, «Nuestra vida en fraternidad», presenta uno de los valores del patrimonio espiritual franciscano-capuchino que la nueva redacción de las Constituciones se había empeñado en recuperar. La normativa contenida en este capítulo sexto de las Constitu­ ciones, artículo I, hace referencia a una serie de exigencias, en pri­ mer lugar, propias de la vida en común, y así se habla de la estima de los jóvenes y del aprecio de los hombres que sienten la pasivi­ dad de la disminución, exigencias que no coinciden siempre con las de la vida fraterna, vista hoy, ante todo, como el encuentro humanizador y de relaciones interpersonales, sin los problemas dife- renciadores de un pasado: clérigos y no clérigos, trabajo intelectual y manual, etc.; luego, de un comportamiento acogedor y, por decir­ lo de algún modo, en espíritu ecuménico, de los miembros de las otras ramas de la familia franciscana, descendiendo al detalle de

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz