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244 SATURNINO ARA ses cristianos en estado «de países de misión», con los problemas que conlleva el roce con un ateísmo práctico, también con el secu- larismo, a la postre, con una sociedad descristianizada con la que es necesario entrar en contacto por la necesidad misma de la vivencia del carisma y de la programación de vida franciscano-capuchina, que exige e incluye el testimonio de vida, primera forma de actua­ ción evangelizadora y, luego, la preparación para una evangeli- zación nueva en el ardor, métodos y expresión. Hoy están al alcan­ ce de todos la naturaleza y exigencias de la nueva evangelización, rectamente comprendida. La renovada redacción de las Constituciones está en lo cierto, y hace bien, cuando se empeña en y por recoger y presentar una doc­ trina y una práctica tradicionales, patrimonio que se desea transmitir a la futuras generaciones como don legado de las precedentes. No se sabe ni se puede decir hasta dónde hace bien esta misma renovada redacción de las Constituciones, cuando la misma da pie a que se perciba y capte que, quizá, no se tiene una visión optimis­ ta del hombre actual y de su cultura, más en concreto, del futuro de la vida franciscano-capuchina y de la misma actuación de la Provi­ dencia, por ejemplo, al no arriesgarse a aceptar e incluir en el texto redaccional, tal vez, sí en la vida, las nuevas concepciones y visio­ nes teológico-ascéticas y los signos, no tanto y sólo de los tiempos, sino los propios de la realidad del contexto socio-económico-políti- co-religioso avalada por el Concilio Vaticano II y por la doctrina de esos mismos nuevos tiempos, que son tan igualmente tiempos de Dios como lo fueron los pasados o anteriores. El capítulo prim ero de las Constituciones de los Hermanos Menores Capuchinos, titulado «Vida de los Hermanos Capuchinos», resulta una muy acertada introducción a los restantes once capítu­ los, que con el primero hacen doce. Introducción válida también para enfocar y entender el resto de la legislación particular de los capuchinos, viviendo su «vida», es decir, el propio carisma y misión, entendidos como realización del Santo Evangelio mediante el empe­ ño del seguimiento de Cristo, a imitación de san Francisco, y conti­ nuando su obra salvadora, evangelización, tarea en y con la Iglesia. Nos hemos atrevido a calificar este primer capítulo y denomi­ narlo como ley fundamental, en el sentido de valorarlo como una programación de vida, a la que debe ajustarse, ante todo, la viven-

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