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COMENTARIO AL LIBRO DE DIEGO GRACIA. 159 su fuerza última, posibilitante e impelente. No discuto este largo dis­ curso metafísico de Zubiri. Pero lo siento extraño a la vivencia hebreo-cristiana de la religación. El trasfondo de llamar a Dios «peña», «refugio» y expresiones semejantes, se funda en el mensaje bíblico que formula el libro del Apocalipsis: «Dios es Alfa y Omega, principio y fin, presente en todo momento de la historia humana, tanto individual como del pueblo de Dios. Rebasa, a mi juicio, esta concepción bíblica el frío concepto impersonal de «fundamento». Ya la tendencia a ponderar la religación como fu n d am en ta li­ d a d de nuestro ser, no parece tener en cuenta la historia actual de nuestra abertura al otro en «hacia». De este «hacia», intento de ir más allá, tenemos una vivencia anterior a la de fundamentalidad. Lo podemos leer en las muy bellas páginas sobre la fenomenología, aplicada al desarrollo de la abertura humana: desde la primera son­ risa del lactante a su madre hasta su final abertura en diálogo con su Dios. P. Laín Entralgo expone esta abertura en Teoría y rea lid ad del otro (1968, 11 pp. 192). Yo preguntaría a Zubiri en diálogo confia­ do, como era su manera, cuándo el pequeño lactante, abierto con sus bracitos a la madre con signo de futuro —no de pasado— llega a tomar conciencia para preguntarse por su fundamento. Recuerda el maestro que ante un suceso trágico, se oye exclamar: «No somos nada». Tal vez sea para más de uno el primer momento de su refle­ xión seria sobre el fundamento de su vida. Parece, por lo mismo, tardía la reflexión sobre la fundamentalidad. Y, sin embargo, el niño, el joven, el hombre maduro, el anciano pronuncian con férvido anhelo la jaculatoria mencionada. Brota no de ver su existencia abo­ cada a la nada, necesitada de fundamento, sino de sentirse tranqui­ lamente invadidos por la invisible presencia de su Dios, de su Padre del cielo. Quisiera, según esto, que la metafísica religiosa razonara en conexión con la experiencia mística. D. Gracia puede actuar muy eficazmente en este sentido. Su obra, bien planeada, está pidiendo un desarrollo ulterior. De hecho nos ha dado D. Gracia un sustancial estudio: Religa­ ción y religión en Zubiri (col. «Filosofía y religión», 1994). Precisa la postura que adoptó en la obra que comentamos, escrita más de diez años antes. Me place decir que mutuamente nos acercamos en este estudio. Mantiene, obvio para él, la trilogía de Zubiri en su excelsa

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