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REFLEXIÓN INICIAL SOBRE LA GRACIA 141 Tenemos, pues, en Dios el elemento «bondad». Hace falta el otro elemento, «alteridad». Encontramos la definición de Dios como «Amor» (1 Jn 4, 8 y 16) y esto nos ofrece una pista. No podemos pensar todavía en «Dios-Amor a los hombres» porque estamos en el supuesto anterior a la creación, Dios en su espléndida soledad. Si Dios fuera una única persona, su ser de Amor sería sencillamente «egoísmo», pues no tendría otra persona a la que amar más que a Sí mismo. Dios sería Amor egoísta. Pero nuestra fe nos habla de un Dios Trinidad, tres Personas divinas, que se constituyen precisamente por esa entrega de cada Persona divina a las otras Personas de la Trinidad. He aquí la alte­ ridad, una bondad que se entrega como don del Padre al Hijo y al Espíritu; del Hijo al Espíritu y al Padre; del Espíritu al Padre y al Hijo. En término técnico, es lo que llamamos «perijóresis», cir- cularidad y circun incesión del Amor esencial entre las Personas Divinas. Ésta es la Gracia Increada, fontal, modelo y analogado princi­ pal de toda gracia que tiene que ser bondad y alteridad, superando la estrechez de la cárcel del egoísmo, degeneración de una bondad que no se difunde. La Bondad trinitaria es esencialmente alteridad, y por ende Gracia. Dios es el a m o r o r i g i n a l no originado. Éste es el punto de referencia que no podemos perder de vista a lo largo de todo el tratado. Esta Gracia Increada no es ninguna cosa, sino entrega y encuentro personal, vida, acción, comunión. Es Dios mismo comunicándose. 2. AMOR ORIGINAL ORIGINANTE Pero Dios no se ha quedado en su soledad. Su Amor constituti­ vo le desborda, no como una necesidad metafísica («bonum diffusi- vum sui») sino como don libre y gratuito. Sería el segundo paso de nuestra reflexión: la voluntad salvífica universal: «Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tm 2, 3-4). 3 DS 3002.

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