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140 CARLOS BAZARRA Si no es bueno, no es gracia. Si sólo es bueno para mí y no para otros, lo bueno puede degenerar en egoísmo, y dejar de ser bueno. En la gracia hay un aspecto intrínseco de bondad, y un aspecto refe- rencial hacia el otro. Estos dos aspectos reciben diversos nombres, pero su realidad es palpable en todos los autores. Esta noción es la que vamos a asu­ mir como hipótesis de nuestra reflexión. 1. GRACIA INCREADA El itinerario a seguir será buscar todo lo que es bueno para el otro, y calificarlo de Gracia. Y la bondad sustancial que nos sale al paso es el mismo Dios. Podríamos comenzar por la bondad limitada y finita que nos rodea para remontarnos a la fuente misma de la bondad que es Dios. El proceso es válido, sobre todo en un diálogo con increyentes, o per­ sonas a-religiosas. En nuestro entorno, dando por supuesto la experiencia y la reflexión realizada a lo largo de tres años de teología, vamos a comenzar con una sistematización, desde la fuente hasta los riachue­ los que se originan en ella. Dios es la bondad por excelencia, el sumo Bien. Piet Fransen comienza así su reflexión: «Según la Escritura, “gracia” significa en primer término a Dios mismo, que se dirige al hombre con amorosa misericordia. En cambio, hay que reducir a su papel secundario e interpretativo el concepto de “gracia creada”, que es el que ante todo se le impone al católico en su catecismo. El teólogo actual tiene planteada la urgente tarea de activar esta “conversión” semántica en la teología de la gracia. Algunos teólogos evitan incluso la utiliza­ ción de la palabra “gracia” para no ser mal entendidos. En alemán y holandés es posible conservar la raíz “Gnade”, gracia, usando el tér­ mino emparentado “Gnádigkeit Gottes” (que en castellano habrá que traducir por “benignidad, benevolencia de Dios”), el cual expre­ sa más claramente el aspecto personal y dinámico de la gracia»2. 2 Piet Fransen, «El ser nuevo del hombre en Cristo», en Mysterium Salutis, vol. IV, t. II, Madrid, Cristiandad, 1975, p. 885.

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