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REFLEXIÓN INICIAL SOBRE LA GRACIA 149 ro, noble, justo, puro, amable, honorable, todo cuanto sea virtud y digno de elogio, todo eso ténganlo en cuenta»» (Flp 4, 8). Y sólo a partir de ese amor original podemos comprender la malicia de todo pecado, como respuesta degenerada a la misericordia del Señor. La Teología no puede ser hamartiocéntrica, sino reflexión, acto segun­ do, del Amor Increado y Original. La figura de Jesucristo no es resultado del pecado histórico, sino el primado y arquetipo de todo ser humano. Desde la reflexión escotista, ya no se puede relativizar la obra de Jesucristo. «Duns Escoto es el teólogo del amor en la ciencia sagrada. El “Dios es Amor” de la revelación es la clave de bóveda, el principio supremo de su síntesis dogmática y moral. Dios es amor, infinitamente santo y ordenado; primeramente se ama a sí mismo: ama la esencia infinita, único objeto adecuado de su dilección, razón única de todo lo que puede ser término de amor. Porque ama con toda perfección y su querer es así soberanamente racional y ordenado, Dios quiere después “que otros amen el mismo objeto que él”. Este querer es precisamente el decreto de la predestinación de Cristo y, en él, de todos los elegidos. En esta intención de amor Dios decreta, en tercer lugar, toda la economía sobrenatural de la gracia y todo lo que es necesario para alcanzar el amor de Dios. En último lugar, se determina a crear el universo “al servicio del hombre predestinado al amor”. Así, el amor perfec­ to el infinito por el cual Dios se ama y donde se encuentra felici­ dad es la razón única de toda la economía sobrenatural de todas las obras de Dios ad extra»»18. Reducir la Gracia (y el Bautismo) a la lucha contra el pecado, es empequeñecer el horizonte del amor original. Pensar la gracia como algo creado, accidente, hábito, auxilio, etc., es perder de vista a la Gracia increada, Dios mismo que se entrega y se encuen­ tra, en unión desamor, con todo ser humano. Situar la figura de Cristo como efecto del pecado y no como querido por Dios en sí mismo, es relegar a Cristo a la periferia y negar el Cristocentrismo básico de toda teología. Se impone reestructurar nuestra reflexión a partir de ese amor primero, y vivir nuestra espiritualidad sobre la base de esa experiencia fundante del amor gratuito. 18 E. V ila n o v a , Historia de la Teología Cristiana, t. I, Barcelona, Herder, 1987, p. 835.

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