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116 FELIPE F. RAMOS nantemente. Y, teniéndolo en cuenta, creo necesario traer aquí la cita siguiente: el libro de las comparaciones-parábolas (Enoc-etiop., de comienzos del siglo i) cuenta con una figura central, concretamente la del Elegido (que así es llamado el «hijo del hombre» en la obra citada). Se trata del encargado de efectuar el juicio final de Dios y, según Geor- ge Nickelsburg, «combina los epítetos, atributos y funciones del hijo del hombre que aparece en Dn 7, del Siervo del Señor del Deutero- Isaías y del Mesías davídico. La expresión «hijo del hombre» no es nin­ gún epíteto. Constituye una forma semítica de designar simplemente al «hombre», y casi siempre aparece acompañada de alguna precisión más o menos especificativa: «ese hijo del hombre» o «el hijo del hom­ bre que posee la justicia». Esa figura humana es más que la personifi­ cación, o incluso el adalid del pueblo de Dios, es su equivalente míti­ co, su arquetipo celeste, su complemento eterno, su reflejo en los cielos...23. Desde este texto me parecen obligadas un par de preguntas: ¿hay alguna razón por la que Jesús no haya podido estar familia­ rizado con esa figura del «Hijo del hombre»? (No olvidemos que el texto en cuestión es representativo de la mentalidad judía, al menos en una buena parte). ¿Tampoco ha podido conocer Jesús la carga teológica que había ido acumulándose sobre dicha figu­ ra? La respuesta a estos interrogantes sólo puede ser satisfactoria desde el recurso a «las fuentes» consideradas como tales única­ mente por el señor Crossan. El segundo punto de apoyo de este «complejo» es la mención de las nubes que son un denominador común bíblico y, por eso, aparecen en el texto citado de la Didajé o en el Diálogo del Salva­ dor. La inconsistencia patente de este segundo punto de apoyo la tenemos en que «las nubes y el recurso a ellas» se produce casi ine­ vitablemente cuando debe hablarse de la acción de Dios, son signo de su presencia, de su actuación, su vehículo obligado... ¿Por qué son probativas de «la fuente» múltiple que descubre el señor Cros­ san? Por otra parte, en el evangelio de Juan no he visto ese tipo de reminiscencias que le vincularían apocalípticamente con el texto citado de Zac 12, 10. 23 J. D. C rossan , o . c ., pp. 512-513.

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