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LA «FIGURA>DEL HIJO DEL HOMBRE La palabra entrecomillada tiene la finalidad de poner de relieve la singularidad de la expresión a la que es aplicada. Hijo del hombre es uno de los múltiples títulos aplicados a Jesús. Pero es, sin duda, el más frecuentemente utilizado en los evangelios y, lo que agrava más la cuestión, es que se trata del más oscuro de todos. Cuando empleamos cualquier otro para definir su persona tenemos ya, al menos, una cier ta precomprensión de su significado. Al llamarle Hijo del hombre no hacemos otra cosa que abrir un abanico de múltiples posibilidades: ¿Se acentúa su humanidad, su divinidad, la fusión de ambas realidades en una persona que vivió en nuestra tierra, la finalidad «judicial» con que es descrito en frases conocidas y estremecedoras según las cuales el Hijo del hombre viene rodeado de una parafernalia solemnísima y terri ble, su dignidad y autoridad sobre la ley o sobre el pecado, su juris dicción sobre el sábado —al que despoja de su categoría sacrosanta— , su destino a sufrir una pasión cruel y llegar, a través de ella, a la gloria de la exaltación divina y de la plena comunión en la vida de Dios? I. LA CUESTIÓN TERMINOLÓGICA Al tratarse de un título aplicado a Jesús, aquellos que estén fami liarizados con los evangelios saben establecer la identidad entre la expresión Hijo del hombre y Aquel a quien es aplicado. Pero sola mente ellos y solamente eso. El diccionario no ilustrará a los no entendidos porque, al buscar en él dicha expresión, entre otras apli caciones, encontrará la siguiente «Hijo del hombre» es Jesucristo o «se aplica a él». Estamos diciendo que no es una expresión castellana. El elemento regente de la expresión «hijo de» tiene diversas apli caciones, acentuando los aspectos de relación, propiedad, pertenen cia, participación, discipulado, destino..., pero no se centra de forma simple y absoluta en «el hombre» como objeto regido. Lo mismo ocurre a dicha expresión en la lengua griega «ho huios tou anthó- pou», que es como la encontramos en el evangelio. La expresión castellana nació de la traducción de la griega correspondiente y ésta recurrió a ella por no tener una equivalente que reflejase el verdadero sentido de la subyacente semítica, y más
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