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438 MIGUEL ANXO PENA GONZÁLEZ es proclamado como principio vital de la Iglesia 114, como principio de santidad en la Iglesia n5, como principio de unidad en la Iglesia 116 y, por último, como principio impulsor y animador de la Iglesia 117. Nuestras Constituciones, asumiendo toda la doctrina conciliar, nos emplazan a vivir como miembros de toda la Iglesia, es decir, renovados por el Espíritu 118. Viviendo en una Iglesia que es enri­ quecida por la acción del Espíritu con infinidad de dones119, una Iglesia peregrina que crece y camina en la edificación de la misma obra del Padre 12°. En este camino, la Iglesia vive la experiencia de verse enriquecida y renovada por el Espíritu 121. La respuesta al Espí­ ritu supone actitudes veraces de afirmación de la propia vocación a la que hemos sido convocados. No caben actitudes prepotentes ni orgullosas; conscientes de la fragilidad humana tenemos la posibili­ dad de vivir en las manos del Padre. No podemos olvidar que en la historia de la salvación fue María la que «presidió orando, la m añ an a d e Pentecostés, los com ienzos d e la ev an g eliz ación , b a jo la a c c ión d e l Espíritu San to» 122. Esta intensa vivencia nos sitúa en movimiento, desarrollando auténticas actitudes de confianza esperanzada. Supone vivir en el gozo de la fe de una manera pobre y sencilla, para dar cabida a las pequeñas cosas de Dios. Supone en el capuchino una actitud contemplativa, conservando y fomentando el espíritu contemplativo que irradia la misma vida de Francisco y de nuestros mayores 123, que se sustenta en la misma vida del Maestro, contemplándolo en la encarnación, en la cruz y en el misterio pascual124. Recreando la vida de María, espe­ cialmente marcada por la contemplación y acompañamiento del Hijo, el hermano menor tiene que vivir en la perfecta conjunción de 114 LG 7. 115 LG 4. 116 LG 13; 15. 117 LG 7. 118 LG 7; 9. 119 LG 1; 6; 9; 120 Const. 8, 1 121 Const. 182, 122 Const. 179, 123 Const. 52, 124 Const. 2, 2

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