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432 MIGUEL ANXO PENA GONZÁLEZ alternativas de vida consagrada en la Iglesia. Esos carismas que tie­ nen que florecer en el seno de la fraternidad y en el anuncio del evangelio, de tal manera que, «para realizar con fruto nuestra voca­ ción evangélica en la Iglesia y en el mundo, abracemos fielmente la vida apostólica, que incluye la contemplación y la acción, a imi­ tación de Jesús, cuya vida transcurrió siempre entre la oración y actividad salvadora »11. Siguiendo este modo de obrar, «los herma­ nos, guiados por el Espíritu Santo, ofrezcamos testimonio de Cristo en todas partes» 78. Es el envío misionero de la fraternidad que requiere la respuesta incondicional de todos y cada uno de los her­ manos, lo que precisa de una continua fidelidad y búsqueda de la propia vocación 79, que no es otra cosa que «vivir en el mundo la vida evangélica en verdad, sencillez y alegría »80. Desde aquí surge la preocupación y el interrogante del reduccionismo en el que cae­ mos cuando únicamente entendemos nuestra consagración desde la cruz y el sacrificio, lo cual debemos estar preparados para asumir81, pero sin olvidar aquello que supone la donación gozosa y esperan­ zada en la propia vida donde Cristo sirve de camino, iluminado por el Espíritu, al encuentro del Padre 82. 2.2.2. Nuestra Fraternidad evangélica en el Espíritu Fue el mismo Espíritu el que suscitó a San Francisco para que, con su Fraternidad al servicio del apostolado, según las necesidades más urgentes de su tiempo, ayudase al crecimiento de la Iglesia 83. Francisco, como hombre movido por el Espíritu 84, fue capaz de con­ jugar los esfuerzos para dar consistencia a la Fraternidad, en medio de las discrepancias que surgieron entre algunos de sus seguidores. Desde su dimensión orante, su discernimiento y su propio ejemplo, 77 Const. 13, 2. 78 Const. 154, 3. 79 Const. 154, 2 80 Const. 145, 2. 81 Const. 145, 7; 102, 5; 145, 7. 82 Const. 2, 1; 84, 1. 83 Const. 144, 3; 8, 2. 84 Const. 6, 2.

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