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DIMENSIÓN ESPIRITUAL DE LAS CONSTITUCIONES RENOVADAS. 431 Nuestro texto constitucional entronca con la vida terrena de Jesús, mostrándonos el Espíritu que le mueve: «Cristo Señor, modelo de todos, recibida la misión del Padre y guiado por el Espíritu Santo, ayunó en el desierto durante cuarenta días y cuarenta noches»11. Será el mismo Francisco, sin grandes teologías o quizá por ello, uno de los que resalte la humanidad de Jesús. Hoy en día cobra un cariz especial por la realidad de nuestro mundo que siem­ pre busca lo medible empíricamente. Ciertamente, las relaciones de Jesús con el Padre y el Espíritu no son constatables, pero toda la experiencia de Cristo, «ya sea entregado a la contemplación en el monte, ya sea anunciando el Reino de Dios a las turbas, sanando enfermos y heridos, convirtiendo los pecadores a una vida correc­ ta, bendiciendo a los niños, haciendo el bien a todos, siempre obe­ diente a la voluntad del Padre que le envió»11, se convierte en una obligación y responsabilidad de la vida consagrada 73. Pero, además, «Cristo decidió continuar dicha misión en la Iglesia mediante el poder del Espíritu Santo»14. Dicha experiencia de la historia de la salvación será el fundamento del dinamismo de la Iglesia 75. Ya que «todos los bautizados, y particularmente los reli­ giosos por su especial consagración, están asociados a la Iglesia peregrina, la cual, por la misión de Cristo y del Espíritu Santo, es sacramento universal de salvación y, por tanto, misionera por su naturaleza»16. La opción franciscana, junto con otros carismas, es fruto de la acción del Espíritu y pasa a formar parte de las posibles 71 Const. 103, i. 72 LG 46. 73 « Esmérese, por consiguiente, todo el que haya sido llamado a la profesión de esos consejos, por perseverar y destacarse en la vocación a la que ha sido llama­ do, para que más abunde la santidad en la Iglesia y para mayor gloria de la Tri­ nidad, una e indivisible, que en Cristo y por Cristo es la fuente y origen de toda santidad * (LG 47). 74 Const. 144, 2. 75 "Así que la restauración prometida que esperamos, ya comenzó en Cristo, es impulsada con la venida del Espíritu Santo y continúa en la Iglesia, en la cual por la fe somos instruidos también acerca del sentido de nuestra vida temporal, en tanto que con la esperanza de los bienes futuros llevamos a cabo la obra que el Padre nos ha confiado en el mundo y labramos nuestra salvación (cf. Flp 2,12)» (LG 48). 76 Const. 174, 2.

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