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408 ENRIQUE RIVERA da Bula. Es el primer aspecto de la visión franciscana en su trato con las cosas. Es el mismo San Buenaventura quien nos enfrenta con el segun­ do aspecto del acercamiento franciscano a las cosas: el uso debido de las mismas. A este propósito vamos a citar una anécdota, escrita en su Leyenda Major. Pudiera parecer de mal gusto copiarla aquí. Lo hacemos por juzgarla sumamente aleccionadora frente a actitudes desorbitadas en su irresponsable acercamiento a la naturaleza. Acusa esta actitud a la mentalidad bíblica judeo-cristiana de haber creado el clima de depredación de la naturaleza, ya que ésta, según el relato bíblico, fue puesta bajo el dominio del hombre (Gn 1, 28). Contra esta mala interpretación del pensamiento bíblico, San Francisco hace ver, en la anécdota que vamos a referir, la excelsa dignidad del hombre dentro del campo de la naturaleza. He aquí, en síntesis, cómo San Buenaventura la describe. La florecilla cuenta en esta ocasión que, hallándose Francisco en un monasterio una oveja tuvo aquella noche un corderito. Pero una mala cerda se lo mató. Enterado el piadoso Padre — título que le da aquí San Buenaventura— exclama delante de los que le acom­ pañan: «Hermano corderillo, animal inocente que representas a Cris­ to. Maldita sea la impía que te mató. Que no haya hombre ni bestia que se aproveche de su carne». Cosa extraña. Enferma la bestia y muere. Su cuerpo fue arrojado a una fosa sin que sirviera de comi­ da a ningún hambriento»93. Comúnmente con los anales se recuer­ da esta anécdota como testimonio de la ternura piadosa de Francis­ co con los animales. Y es indudable que esta ternura se halla en el primer plano de la anécdota. Pero en un segundo plano, menos tenido en cuenta, el santo da a entender que la cría y recría de la cerda como animal doméstico es para que sirva de sustento a la familia. Cumplir esta casera función es su honor — si cabe, en este caso, hablar de honor— . En este campo rural, a unos kilómetros de la ciudad en que escribo, se habla de fiesta de la matanza , aludien­ do a que le llegue la hora al animal cebado a lo largo del año. A más de un extraño ha escandalizado esta expresión. No se tiene presente que no es la muerte del animal lo que se celebra, sino que 93 Legenda Major, VIII, 6; O. O., VIII, 527b.

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