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ESENCIA DE LA POBREZA PRACTICADA POR FRANCISCO DE ASÍS 397 Amén». El santo Fundador alza su voz de alerta en pro de la pobre­ za desde los primeros capítulos, que prolonga con amonestaciones y mandatos sobre la misma en la parte central. Pero, puesta esta base franciscana, en los últimos capítulos se vuelca sobre la augusta Trinidad, hacia la que se eleva y en la que halla reposo. Es en estos capítulos donde nos hace sentir su más honda espiritualidad. Inicia el capítulo XXII con la mención del precepto más difícil que el Señor nos ha prescrito: «Amad a vuestros enemigos- (Mt 5, 44). Alega, para incitar a su cumplimiento, que nuestro Señor Jesucristo llamó amigo a su traidor (Mt 26, 50). En el centro del mismo sintetiza su mensaje en estos términos: «En la santa caridad que es Dios (I Jn 4, 16), ruego a todos los hermanos, tanto a los ministros como a los otros, que, removido todo impedimento y pospuesta toda preocupación y soli­ citud, como mejor puedan, sirvan, amen, honren y adoren al Señor Dios, y háganlo con limpio corazón y mente pura, que es lo que Él busca por encima de todo. Y hagamos siempre habitación y morada (Jn 14, 23) a Aquel que es el Señor Dios Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo»71. Excelso programa de vida franciscana ofrece esta Regla, que tiene su preámbulo en la pobreza y su perfección en la caridad plena con la augusta Trinidad. Lo novedoso del caso es que para Francisco este programa no es exclusivo de sus Hermanos Menores, sino que —santamente revo­ lucionario— lo extiende a todos los cristianos. En esto se detiene el capítulo XXIII, que viene a ser un himno de acción de gracias en honor de la santa Trinidad. Deben tomar parte en este himno tan grandioso cuantos quieran servir al Señor dentro de la Iglesia. En pri­ mer término, todos los órdenes clericales —su reverencia a los mis­ mos le urge que los nombre—. Igualmente deben tomar parte en este gran coro cuantos profesan los diversos estados de vida: religiosos y religiosas, pobres e indigentes, reyes y príncipes, artesanos y agricul­ tores, siervos y señores, vírgenes, viudas y casadas, laicos, sean varo­ nes o mujeres, niños y adolescentes, jóvenes y ancianos, sanos y enfermos, pequeños y grandes, y todos los pueblos, gentes, tribus y lenguas»72. Entusiasta declaración por la que llama al alma de buena 71 RnB., prologue, 1, XXIV, 5; XX, 1-2, 26-27. 72 RnB., XXIII, 7; Opuscula..., 290.

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