PS_NyG_1997v044n003p0371_0414

ESENCIA DE LA POBREZA PRACTICADA POR FRANCISCO DE ASÍS 385 las cinco llagas, también salió en aquella manera el efecto de ellas al cuerpo»38. Tan autorizado testimonio convence de que en la cum­ bre de la ascensión mística da su mano el doctor místico al santo de Asís. ¿Acaece lo mismo en lo referente a la ascensión a Dios desde las creaturas? Para esta ascensión a Dios ambos exigen renuncia total a lo material mundano. Algún franciscanista ha visto en la pobreza de San Francisco un anticipo de la nada de San Juan de la Cruz. Tema tan importante en la historia de la espiritualidad debe aclararse en serio. Tres momentos pueden distinguirse al comparar la pobreza de San Francisco con la de San Juan de la Cruz — su nada — : 1) la renuncia a los bienes materiales; 2) el desafecto a todo lo que nos es propio; 3) la visión de las creaturas como obstáculo para ir a Dios o como escala para ascender a Él. Respecto de lo primero, los bienes materiales, ya sabemos que Francisco propuso la desapropiación absoluta: no sólo personal sino también comunitaria. San Juan de la Caiz es parco en hablar de esta desapropiación. Se atiene al voto religioso de pobreza. Más explíci­ ta es su madre espiritual, Santa Teresa. Pide ésta pobreza en casas, vestidos y palabras, asegurando que no es de temer que por este motivo venga a tierra la casa de la religión. Recuerda entonces a Santa Clara y escribe: «Grandes muros son los de la pobreza. De éstos, decía Santa Clara, y de humildad quería cercar sus monaste­ rios» 39. ¿Conoció Santa Teresa el «privilegium paupertatis» que obtu­ vo Santa Clara de la Sede Apostólica? Creemos que no. Sin duda, este radicalismo contra la apropiación de bienes en privado y en común es nota que contradistingue la pobreza franciscana de la de los grandes santos del Carmelo. Por lo que toca a lo segundo, al desafecto de todo lo creado, San Juan de la Cruz describe en el primer libro de Subida al Monte Carmelo cómo los apetitos impiden el ascenso del alma a Dios. «A ésta la atormentan, la oscurecen y ciegan; la ensucian y afean; la entibian y enflaquecen». De donde concluye ser necesario para 38 S an J uan de la C ruz , Llama de amor viva, Canción II, n. 13. 39 S anta T eresa de J esús , Camino de perfección, II, 8.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz