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348 JAIME REY ESCAPA La dignidad del hombre no sólo radica en ser imagen de Dios, sino especialmente en su inserción en la dinámica del Dios trinita­ rio, es decir, el hombre es hijo en el Hijo, y por tanto su dignidad se alimenta de la gracia del Hijo, del amor del Padre y de la comu­ nión del Espíritu Santo: el hombre, «analogía trinitatis», también puede ser definido como «Dios en forma finita »73, o como «teomor- fismo»74. Sin embargo, Dios es relación plural y consumada, mien­ tras que el hombre es relación concupiscente. Su incomunicabili­ dad, en cuanto característica propia, no debe ser obstáculo para el diálogo, la entrega y la comunión-comunicación, sino un elemento de enriquecimiento común 75. El tema más peculiar que refleja las relaciones entre Dios y el hombre en el pensamiento escotista es el de la aceptación divina. Por la gracia, el hombre es aceptado por Dios en amistad sobrena­ tural. Esta aceptación no implica por parte de Dios ninguna realidad nueva, porque es absolutamente inmutable; por consiguiente, si se da algún cambio, es en la criatura. Hoy la teología de la gracia insiste en dos aspectos fundamen­ tales: la relación personal, en la que se configura toda amistad, y la primacía de la iniciativa divina. La gracia se explica como relación personal, más que como un elemento cosificado. Todo esto nos hace ver como el deseo natural del sobrenatural se identifica con la esencia del hombre, radicalmente abierto a una situación existencial maravillosa como es la amistad con Dios: «Toda voluntad creada es de tal naturaleza que nada de la naturaleza finita puede saciarla, pues no puede reposar sino en el Bien infinito»76. En la teología escotista el hecho de nuestra vocación a la sobre- naturalidad favorece la disponibilidad radical de la naturaleza para 73 X. Z u b ir i , El hombre y Dios, Alianza, Madrid 1984, 327. 74 M. S c h eler , Vom Umsturz der Werte, Bern 1955, 187. 75 Cf. G. L a u r io l a , «II concetto di persona», en Studi Franciscani 89 (1992) 227-240. 76 «Omnis voluntas creata est talis naturae, quod non potest ex naturalibus esse satiata, nec quietita, quia non potest quietari, nisi in bono infinito». Rep. Par. II, d.23, q.un., n. 6; XXIII, 109a.

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