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276 MARIANO ÁLVAREZ GÓMEZ to, sino simultáneamente, y en la misma medida, un retorno identi­ ficado^ puesto que las diferencias representan un momento asumi­ do por el proceso de la realidad. En este proceso dicha unidad del ser y de la reflexión expresa, pues, no que ya no existan cosas que surjan y desaparezcan, sino que en ese surgir y desaparecer constantes el proceso mantiene la identidad consigo mismo. Bajo este aspecto se puede decir que lo real «se encuentra sustraído al pasar». Hay ciertamente transición en lo real, un trasiego constante de cosas que van y vienen, pero esa transición ha sido interiorizada por lo real. Hay muchas cosas que se pierden en esa especie de flujo y reflujo constantes, pero lo real mismo se conserva, renueva, regenera y llega verdaderamente a sí en dicho proceso. Una cosa es el ser de lo que simplemente pasa, o desaparece, y otra cosa es que en ese pasar y desaparecer la reali­ dad misma sucumba. Lejos de sucumbir, lo real, al significar justa­ mente la unidad constituida del ser y de la reflexión, del pasar y del quedar en sí mismo, se constituye verdaderamente como real. O más concretamente, el indefinido aparecer en lo otro de sí incide favorablemente en el proceso de reidentificación consigo mismo. Expresar esto no es fácil y, sin embargo, es una convicción de las más firmemente arraigadas tanto en el lenguaje ordinario como en el mítico y en el religioso. Y con respecto a Hegel piénse­ se, por ejemplo, en el «espíritu del mundo» que, a través de los cam­ bios de todo tipo, muchos de ellos nada agradables ni directamente gratificantes por cierto, llega a constituirse realmente o a realizarse verdaderamente. El equivalente de la exteriorización en la que, como hemos visto, consiste lo real, es ese ser-puesto de la unidad inmediata de la reflexión-en-sí y de la reflexión-en-lo-otro; el haber-llegado-a-ser de dicha unidad. Y como ya hemos indicado, lo peculiar es la acen­ tuación de la «exterioridad» como expresión de la realidad misma. No se trata, pues, de que la exterioridad se recupere y se salve, más o menos penosamente, sino de que se convierta en la culminación del proceso de la realidad. En este contexto Hegel acuña una frase que no puede ser más concisa ni más expresiva: «su exterioridad es su energía» (E, § 142, p. 279). Es evidente la referencia a Aristóteles, confirmada además

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