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262 MARIANO ÁLVAREZ GÓMEZ por supuesto, diferencias importantes, pero en ningún caso se llega a admitir una exteriorización de lo absoluto mismo. Y esto es grave, tanto para el concepto de lo absoluto, visto como algo fijo, inmóvil e indiferenciado, cuanto respecto del contenido de la exterioriza­ ción, es decir, de las demás cosas necesariamente sojuzgadas bajo la férula de lo absoluto. Pero, además, no se trata de desplazar los términos del proble­ ma, de ver, por así decirlo, lo absoluto en la realidad misma o de reconocer su eficiencia bajo todos los aspectos imaginables. Una tal secularización de lo absoluto, más que resolver problemas, los agu­ diza. Antes que nada, lo que induce el nuevo planteamiento sobre lo absoluto es una visión nueva de los modos de lo real. La doctri­ na hegeliana sobre lo absoluto culmina en su concepción del «modo de lo absoluto», únicamente en el cual se da «la identidad verdade­ ramente absoluta» (WL II, 169-479). Esto quiere decir que ciertamen­ te «el modo es la exterioridad de lo absoluto, pero igualmente sólo como su reflexión-en-sí. O sea, es la propia manifestación de aquél, de forma que esta exteriorización es su reflexión en sí y, por ende, su ser-en-sí y para-sí» (WL II, 169-479). Tratar el concepto de lo absoluto como preludio al desarrollo del concepto mismo de realidad se revela como pertinente, al menos bajo los aspectos siguientes: — En primer lugar, si se acepta que la exposición de lo abso­ luto corresponde a este lugar de WL, lo que siga será una profundi- zación del punto de vista logrado. Qué duda cabe que, en conse­ cuencia, el concepto de realidad se sitúa, de pronto, en una perspectiva muy distinta de la que corresponde al uso corriente del lenguaje. Para la interpretación de otras partes del sistema y, en especial, de lo que implica la realidad política, esto debe tener con­ secuencias importantes. — En segundo lugar, y más concretamente, las modalidades de la realidad: posibilidad, contingencia y necesidad han de adqui­ rir un relieve especial, al ser tratadas ya desde el horizonte explícito de lo absoluto, sobre todo las dos primeras. Que lo absoluto sea caracterizado como necesario, no sorprende, antes bien parece una obvia reafirmación de la tradición filosófica. Pero que lo absoluto incluya en sí las dimensiones de posibilidad y contingencia, cierta­ mente sólo como momentos pero como momentos constitutivos, es

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