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LO ABSOLUTO Y LA REALIDAD 261 festaciones de ellas mismas», «el principio de la reflexión en sí o de la individuación se ponga de relieve como esencial» (WL II, 168-477). Esto supuesto, la deficiencia no está en que Leibniz haya destacado la finitud de las mónadas, haciéndola consistir en la diferencia entre la sustancia y la forma, siendo aquélla limitada (beschránkt) y ésta infi­ nita. Lógicamente, a diferencia de las mónadas finitas, la infinita con­ siste en «la unidad absoluta de forma y contenido» (WL II, 168-477). Ahora bien, en este punto Leibniz paraliza el dinamismo y la fuerza de la mónada absoluta, al no hacer que en ella se ponga en juego «la naturaleza de la reflexión, que es la de repelerse de sí como nega- tividad que se refiere a sí, un repelerse por cuyo medio ella es la que pone y crea» (WL II, 168-477). Leibniz admite ciertamente la acti­ vidad creadora de la mónada absoluta, pero la viene a neutralizar con «representaciones convencionales», no dando, por consiguiente, una explicación adecuada de la misma, al no hacer valer el concep­ to de autorrepulsión en el seno de la misma mónada absoluta. En consecuencia, Leibniz no acierta a sacar las debidas consecuencias de su «principio de individuación». Es decir, no se salva la individua­ ción misma en el grado en que es postulada por una concepción coherente de lo absoluto. Ello se debe a que, por el prejuicio de una mónada absoluta perfectamente encerrada en sí misma, «los concep­ tos acerca de las distinciones de las diferentes mónadas finitas y acer­ ca de su relación con su absoluto, no surgen de esta esencia misma, o no surgen de modo absoluto, sino que pertenecen a la reflexión razonante y dogmática, y no han fructificado por ello en una cohe­ rencia interna» (WL II, 168 S.-477). Podemos dar aquí por terminado nuestro comentario a la con­ cepción sobre lo absoluto, en cuanto que ésta sirve de introducción al concepto mismo de realidad. Resaltaremos únicamente dos pun­ tos. Por una parte, Hegel lleva a cabo una especie de destrucción de las concepciones acerca de lo absoluto y de su relación con la realidad finita. No le satisface la concepción spinoziana, opuesta a toda interpretación creacionista, pero tampoco acepta ésta última. Y la razón de ese doble rechazo está en que ve en ambas un pre­ juicio sobre lo absoluto, concebido no como resultado de su propia actividad, sino como siendo de modo pleno y autosubsistente ab initio. En tal supuesto, la exteriorización de lo absoluto no puede ser ya tomada en serio, con independencia de los matices que pre­ sente: imitación, participación, emanación, modo, mónada... Hay,

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