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136 TARSICIO DE AZCONA ella procreó una prole muy numerosa, compuesta de 8 hijas y 5 hijos, dos de los cuales fallecieron en su tierna edad. El décimo vás- tago de la familia fue Ángela, cuyo nombre de bautismo fue María de los Ángeles América Bernabela; es obvio que todos éstos eran hijos naturales3. Fue bautizada, después de muchos meses, el 10 de diciembre de 1882: el retraso se explica por la malformación religiosa de las clases acomodadas de la isla. Fue confirmada el 24 de abril de 1893 por el obispo de la Habana, Don Manuel Santander Frutos. Fue educada con refinamiento en el colegio del Apostolado, regido por las religiosas de Santa Teresa, bajo la dirección espiritual y asisten­ cia de varios sacerdotes y religiosos. Desde adolescente se alistó en la asociación de Hijas de María, cuyos compromisos cumplió con gran exigencia, trazándose un plan de vida, que cumplía al detalle en su casa; en ciertos actos de devoción participaban sus hermanos y el personal de servicio. Tuvo también trato con diver­ sos religiosos franciscanos, a través de los que conoció a Santa Clara y a San Francisco. Al morir su madre, el 27 de mayo de 1887, agotada por la múl­ tiple maternidad y por una tisis galopante, vivió con su padre y una tía, hasta que fue recogida por su hermana Candelaria, casada con Clemente Batista; ambos ejercerían gran influjo sobre los hermanos pequeños. Su familia pertenecía a la sociedad burguesa de la capital de la isla. De proveniencia militar, su padre se dedicó al comercio, esta­ bleciendo fuertes lazos dentro del ramo, incluso con el extranjero. Bien por el ambiente, bien por razones de su fracaso matrimonial, vivió muchos años desligado de la prácticas religiosas. Parece que no veía mal la independencia de la isla, problema que es necesario estudiar a fondo. Los biógrafos sitúan a Ángela saliendo al encuen- 3 No es posible en este lugar seguir el itinerario de esta numerosa familia. Por ser hija natural tuvo dificultad en su pronto bautismo y en el registro de su partida en los libros sacramentales. Sobre todo, tuvo que estudiarse esta circunstancia a la hora de admitirla a la vida religiosa. Era considerada una lacra. Hemos visto que en el libro de actas del monasterio se recogió el dato con toda claridad; más tarde una mano piadosa quiso corregir con disimulo dicho dato.

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