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120 ENRIQUE RIVERA caminos por los que el hombre pueda llegar a realizarse como tal. El caso más ejemplar de este sentido de la cultura griega lo halla­ mos en el Libro VII de la República de Platón. Quiere éste en dicho libro educar al rey filósofo para que llegue a ser buen mentor y guía de su República. Pues bien, en esta circunstancia, tan ligada a la pa ideia , es cuando Platón formula la cúspide de su Metafísica, al proponer la teoría de las ideas. Esta alta filosofía deberá llevar a la praxis el rey-filósofo en su excelsa obra de gobierno. Esta pa ideia griega ha tenido vigencia hasta nuestros días en su propósito de formar plenamente al hombre. Mas para llegar a esta meta deseada es menester utilizar medios adecuados. Platón los resumió en esta brillante síntesis: para el alma, la música; para el cuerpo, la gimnasia. Que la gimnasia haya tenido influencia deci­ siva en la formación del hombre griego, queda refrendado por los juegos que todavía se celebran en nuestros días con el histórico nombre de «olímpicos». Pues bien, en Olimpia se pretendía que los cuerpos adquirieran la contextura vital necesaria para cooperar a la obra del espíritu. El que altos valores de la cultura, como la lírica de Píndaro o la tragedia de Sófocles, se hallen ligados a los juegos olímpicos hablan muy alto de que estos juegos promovían la alta cultura del espíritu con sus procedimientos gimnásticos. Para el alma pide Platón la música. No la sonajera de la calle, sino la música callada del espíritu, la de galvanizar el alma hasta aquietarla en la posesión plena de la verdad. Parece que, en verdad, Platón nos da la paideia que hoy toda­ vía necesitamos. Y, sin embargo, tenemos que deplorar cómo estos altos y perennes valores de la cultura griega estaban lastrados por dos empobrecedoras limitaciones: la primera pone en relieve que la cultura griega iba destinada exclusivamente al hombre griego. La segunda consistía en que las otras culturas no eran en modo alguno valoradas. Esta estrecha mentalidad motivó que Aristóteles repro­ chara a su discípulo, el genial Alejandro —por fortuna no le hizo caso— , que rompiera el estrecho esquema cultural griego con su visión de la «oikouméne»8. 8 Ésta es la interpretación que A. T ovar da a este histórico enfrentamiento: «La explicación de este hecho extraño, que nunca se proclamará con bastante crudeza,

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