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118 ENRIQUE RIVERA nos en este último paso de Ortega. Tenemos que dar otro ulterior y sumamente importante. Pues si aceptamos a una con Ortega que cada pueblo tiene sus problemas propios que ha de solventar con su peculiar cultura, hoy nos hallamos inmersos en una verdadera historia universal —por primera vez— en la que todos los pueblos de la tierra se acercan mutuamente, aunque este acercamiento sea todavía muchas veces de lucha a muerte. Esta lucha a muerte fue vista por un gran sabio de nuestro siglo, P. Teilhard de Chardin, como abrazo inicial, aunque fatídico. De él se hablará más tarde. Repito ahora lo que sobre él he escri­ to a otro propósito: «Como brancadier —camillero— toma parte Teilhard en la lucha del fuerte de Douaumont (en un momento atroz de la batalla de Verdun). Piensa entonces que aquellos abra­ zos de muerte eran el preanuncio del abrazo de paz. Ahora bien, ver en los hombres que se matan en las trincheras un signo y anti­ cipo del futuro abrazo fraterno bien pudiera parecer una heroica genialidad o un idiota despropósito. Me place ponerme totalmente en línea con Teilhard y hacer mía su profètica genialidad. Veo en ella el mejor futuro»4. Por fortuna este primer abrazo de muerte de la primera guerra mundial, repetido en la segunda con cruel aumento, ha suscitado en todos los pueblos una clara conciencia de su enlace mutuo y de que la humanidad, en cuanto tal, tiene problemas primarios, anteriores a los peculiares de cada pueblo. Si ahora tenemos presente que la cul­ tura, según Ortega, ha de hacerse cargo de los problemas para clarifi­ carlos y resolverlos, es obvio dar un paso sobre la cultura peculiar de los diversos pueblos para proclamar anterior una cultura universal que ha de ser planetaria. Por lo mismo, es esta cultura la primera exi­ gencia que se deriva de estos abrazos de muerte, practicados en las guerras, y que todos deseamos ver trocados en abrazos de concordia y de paz. Con esto hemos enunciado lo que more scholastico podríamos llamar la tesis de nuestra reflexión. Desearíamos hacerla patente y deseable desde una perspectiva histórica ante las grandes tenden- 4 E. R ivera d e V en to sa , «Pensador cristiano actual», Anthropos, nn. 122-123, Barcelona, 1991, p. 34.

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