PS_NyG_1997v044n001p0097_0115

102 MARIANO BRASA DÍEZ como ente, porque no es un concepto unívoco y, además, no posee propiedades que se puedan demostrar de Él mismo. Esto nos conduce a considerar una división de las ciencias basándonos en las sustancias, y la metafísica será la que se ocupe del ente secundum, que es lo que es la sustancia. No puede haber acci­ dente que resulte sujeto primero de cualquier otra ciencia, porque mediata o inmediatamente se encuentra en una sustancia. De esta manera, para hallar la división de otras ciencias tendremos que recurrir a la división de las sustancias, siempre que exceptuemos la sustancia espiritual porque de ella ignoramos sus propiedades particulares. Todo esto nos lleva a considerar a Dios como causa en la meta­ física, en cuanto que la metafísica es ciencia propter quid y su suje­ to primero es la sustancia, en tanto que considerada ente primero. En la metafísica Dios no puede considerarse sujeto propio ni como parte subjetiva, por lo que sólo le queda ser causa del sujeto. Por esta razón la ciencia se llama teología, y no por razón de su sujeto, sino de la causa: «ad alias auctoritates sexti patet quod haec scien- tia potest dici tbeologia, non autem a subjecto, sed a causa , sicut naturalis scientia dicitur a natura quae non est subjectum illius scientiae sed principium subjecti». A pesar de todo esto, cabe todavía una pregunta: ¿puede Dios ser considerado sujeto primero de la metafísica? La respuesta puede ser afirmativa en cuanto que, considerada la metafísica como ciencia pri­ mera, es la ciencia de todas las cosas en cuanto se atribuyen simplici- ter al primer ser, es decir, a Dios, porque la primera consideración simpliciter de una cosa es la que considera bajo la primera razón bajo la que se puede considerar. La primera razón bajo la que puede con­ siderarse el ser causado es, sin duda, en cuanto causado, en cuanto atribuido al primer ser, a la primera causa, ... a Dios. Como podemos comprobar, hay una clara evolución del pensa­ miento de Duns Escoto a lo largo de su obra. A pesar de lo contra­ dictorio de esa evolución, podemos afirmar que en él se da una con­ cepción definitiva entre las dos y que resulta, sin posibilidad de duda, la de la univocidad del ser, por dos razones: supone un posi- cionamiento más acabado, más pulido, y como consecuencia del contacto con el mundo académico que se encontró en París. La otra es que, y no creo que se deba a la mera casualidad, es la unanimi-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz