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DUNS ESCOTO: LOS OTROS PROBLEMAS 101 anteriormente por recurrir a la natura común de Avicena indicando la vía de la equivocidad y no de la univocidad. Escoto se ocupa con mayor profusión de la univocidad en el libro IV y aquí el pensamiento del Doctor Sutil aparece envuelto en ambigüedades y conlleva la farragosidad interpretativa. En algún momento parece como si se mostrara a favor de defender la analo­ gía del ente porque comienza exponiendo las razones a favor de la univocidad y deja para el final la sentencia de la analogía, y esto significaba seguir el método más común utilizado por los teólogos y filósofos de la época, donde se deja para el final la aportación per­ sonal, la sentencia que le define, la determinatio. Sin embargo, la forma en que usa los términos «ad quaestio- nem...» nos lleva a pensar que es ahí donde se plantea responder a la cuestión que se está tratando y, por tanto, exponer la propia opi­ nión. Para corroborar esta opinión nos basta con establecer un para­ lelismo con otros lugares de su obra donde realiza ese mismo pro­ ceso y donde se encuentran las conclusiones, que no dejan lugar a duda respecto a que lo que decía ahí era lo que pensaba. Además, en los fragmentos en los que defiende la postura de la univocidad, contesta y da por resueltas las opiniones que ante­ riormente había expuesto a favor de la univocidad. Esto supone una reafirmación en sus juicios. Todo lo dicho no nos da pie para pensar que, a lo largo de este texto, debamos ponernos a favor de la univocidad, porque no se encuentra un concepto que pueda ser común a todas la cosas que trata la metafísica. Y esto nos lleva a la necesidad de determinar, si nos es posible, cuál es el sujeto propio de la metafísica. No se trata, por lo dicho antes, de un concepto unívoco y común al conjunto de las cosas que se consideran en la metafísica su sujeto propio, sino que es el ser primero en orden al cual son consideradas las demás cosas que se le atribuyen. Por tanto, la metafísica viene a ser la ciencia del ente en cuan­ to ente desde el momento en que trata de todas las cosas, no como sujeto primero, sino en la medida en que se atribuyen a una que es sujeto y, por lo mismo, sujeto propio. Esto supone que debe­ mos eliminar de la razón de sujeto a Dios, porque de Él no se puede demostrar nada propter quid, al mismo tiempo que al ente

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