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70 MANUEL LÁZARO PULIDO ceptibles de las influencias celestes y de tres esferas que influyen y mueven» 4. El número siete que sale de la suma de los cuatro ele­ mentos y las tres esferas celestes tampoco es dejada al azar en su composición. El hecho que el número cuatro sea asociado a los ele­ mentos y el tres a las esferas se corresponde a la simbología numé­ rica de la época; nos recuerda Buenaventura como «según Hugo, el número cuaternario responde al cuerpo, y el ternario responde al espíritu»5] esta simbología tendrá una repercusión en la relación entre el hombre y el cosmos, como veremos después 6. La descripción buenaventuriana del cosmos, presentada para hablar de la «creación», tiene como modelo la concepción clásica científica: la estructura dual del universo, con su planicie terrestre y su bóveda celeste en su formulación aristotélico-ptolomeica de esfe­ ras concéntricas, en las que podemos ver las terrestres propias de cada elemento (tierra, agua, aire y fuego), y las celestes, que arras­ tran en un movimiento los siete «planetas» (la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno), y las estrellas fijas. Como recuerda Manuel García, «en ella se mantendrá vivo el dualismo entre el “mundo infralunar”, corruptible al estar compuesto de cuatro ele­ mentos con propiedades antagónicas, y el “mundo supralunar”, com­ puesto de un quinto elemento, el “éter” incorruptible»7. Esta visión geocéntrica bonaventuriana, mantenida, en general, a lo largo de la Edad Media y el Renacimiento, fue cristianizada, y así lo vemos en nuestro autor, añadiéndole una esfera ulterior, «el cielo empíreo», que en algunos es la sede de Dios y de los santos. En la descrip­ ción bonaventuriana el cielo empíreo posee todos los elementos de 4 Hexaem., col. 16, n. 7: V, 404a; cf. Gregorio M agno : «En la escritura, no obs­ tante, el número sagrado septenario algunas veces resguarda el descanso eterno, otras veces designa la universalidad actual de este tiempo, también designa la uni­ versalidad de la santa Iglesia» (Moralium, PL 76, I, 35, c. 8, n. 16, 758); «Por lo que todo el tiempo está comprendido en siete días, convenientemente el número septe­ nario configura la universalidad» (Homiliarum in Evangelia, PL 76, I, 2, homil. 33, n. 1, 1239). 5 Hexaem., col. 16, n. 7: V, 404b. 6 Sobre la perfección numérica, cf. Scient. Chr., q.3, ad 8: V, 15a; B oecio , PL 63, De Arithmetica, I, 1, c. 1 ss., 1079 ss. y Ib., I, 2, c. 40 ss., 1145 ss. 7 M. G arcía , «Creación y teorías cosmológicas», en Iglesia viva, 183 (1996) 235- 245 .

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