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46 ALEJANDRO VILLALMONTE dor. Fue necesario que el beato J. Duns Escoto pusiera en actividad su talento de «doctor sutil» para desmontar este prejuicio y demos trar lo contrario: si decimos que María es llena de gracia desde el primer instante de su ser no sólo no atentamos contra la dignidad del Salvador, sino que entonces mismo Cristo aparece como el per- fectísimo Redentor. Y María como la perfectísima, eminentísima redi mida. Obviamente no se podía argumentar así, sino en el presu puesto de que la raíz primera de la necesidad de la gracia en el hombre no es su condición pecadora, sino algo más radical: su con dición creatural de ser finito, incapaz por sí mismo del Infinito. Y por otra parte de Cristo su acción salvadora se dirige, en primer término, dar vida y darla en abundancia (Jn 10, 10). Y, en conse cuencia, liberar de la muerte del pecado, si en ella había incurrido. También Agustín parte de idéntico presupuesto: una lectura hamartiocéntrica de la actual historia y economía de gracia. Si no hubiera ocurrido el pecado de Adán, el Verbo no se hubiese encar nado. Si no estuviéramos ante una humanidad corrupta y enferma de pecados, no habría necesidad de Médico. «Médico» podría no ser necesario, pero Salvador —dador de vida— sí lo era. Porque la razón primordial de la necesidad del Salvador y de la correlativa incapacidad soteriológica del hombre es este hecho básico en nues tra fe cristiana: el hombre, por motivo de su condición finita y crea tural, no es capaz de alcanzar, por el desarrollo de sus energías natu rales, el fin sobrenatural al que está destinado. Necesita ser elevado, transformado en nueva creatura, ser deificado como dice el lengua je de los Padres griegos. La «deificación» conlleva el quitar el peca do. Si lo hubiera. Por eso no vale decir: — puesto que el hombre nace dotado por el Creador de una naturaleza sana, íntegra, incorrupta, no tiene necesidad, al menos absoluta y radical, del Salvador. Lleva en sí la posibilidad radical (= possibilitas) de lograr su salvación, si quiere (pelagianos); — el hombre no puede nacer dotado de una naturaleza sana, incorrupta, porque, en tal situación, no estaría en absoluta incapaci dad soteriológica ni tendría absoluta necesidad del Salvador (Agustín); No sería justo hablar de «error» ni en Agustín ni en los pelagia nos. Se trata de una limitación, un déficit epocal: la teología cristia-
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