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52 ALEJANDRO VILLALMONTE espacio, en sentido diacrónico y en sincrónico, es una raza, un pue­ blo de pecadores. En otras palabras, es insistir en el hecho de la uni­ versalidad del pecado. Sin duda, en la forma en que lo hace la Escri­ tura en un texto clásico del Sal 13, 28ss.; Rm 3, 10-18: No hay nadie que haga el bien, no hay ni uno solo... La universalidad del pecado, la condición pecadora de la huma­ nidad a la cual Dios dirige su palabra está confirmada en cada pági­ na de la Biblia. Referida en primer término al pueblo hebreo y en él a todos los demás pueblos. Se puede apelar también a la expe­ riencia de cualquier época de la historia. Sin embargo, es indispen­ sable matizar esta afirmación, por la importancia que encierra en orden a la teoría del pecado original. En efecto, la indudable uni­ versalidad del pecado hay que entenderla, con toda claridad, como universalidad colectiva: todos los hombres considerados como una sola raza, un solo pueblo de pecadores. Su historia, vista en pers­ pectiva teológico-religiosa, es simultáneamente una historia de gra­ cia y una historia de pecado. Pero nunca, a mi parecer, la Escritura afirma que todos los hombres, cada individuo humano, contados uno a uno, sea personalmente pecador. Ni siquiera todos los adul­ tos. Porque existe entre cristianos la convicción, confirmada por nuestra hagiografía, de que muchos hombres no han cometido peca­ dos graves que les haga objeto de perdición. Sobre todo, nos encon­ tramos con el problema de los niños, esa enorme multitud de la «humanidad infantil». ¿Dónde dice la Escritura que estos individuos humanos sean pecadores? Ironías de la historia: el austero Yahvé del Antiguo Testamento solamente en Nínive encontró ciento veinte mil niños inocentes. Pero los teólogos cristianos durante siglos encontraron pecado (original) y colocaron en estado teologal de perdición a todo niño que llega a este mundo. AV rechaza con fir­ meza la teoría clásica que habla del pecado (original) en los niños. Por lo cual parece debería admitir la matización que, sobre la uni­ versalidad del pecado, hemos hecho. Sobre todo en referencia a los recién nacidos. Pero AV puede eludir nuestra observación explicando que aun­ que no sea ni puedan ser pecadores reales los recién nacidos (ni siquiera con el viejo pecado original), sin embargo sí que son vir­ tualmente pecadores y, por ende, necesitados, en absoluto, de la gracia del Salvador. Es cierto, necesitan de la gracia de Cristo que

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