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RECEPCIÓN DE LA «ORDINATIO SACERDOTALIS» 37 Papa: «Jesús es el único Evangelio: no tenemos otra cosa que decir y testimoniar» (n. 80). Esto es lo que pedimos y deseamos. Que nos anuncien a Jesús y su Evangelio íntegramente y sin manipulaciones. Si así se hiciera, no tendríamos dificultades. 11. La infalibilidad es un arma sumamente peligrosa que no debiera usarse sino en casos de suma gravedad y cuando se trata de verdades o normas fundamentales para la fe cristiana o para la vida de la Iglesia. Casi siempre que se ha dado una definición dog­ mática, han surgido divisiones y cismas. Esto sucedió ya en el pri­ mer Concilio ecuménico de Nicea (325). Después de este concilio, además de los que representaban la doctrina ortodoxa (los hmou- sianos) y de los arrianos radicales que rechazó el concilio (los ano- meos), surgieron otros grupos intermedios que no admitían la doc­ trina de Nicea: los homeos y los homoiusianos. Después del Concilio de Efeso (431) se consolidó el nestorianis- mo y surgieron los monofisitas. Para el equilibrio cristológico fue nece­ sario el Concilio de Calcedonia (451). Este concilio, en el canon 28, confirma el canon 3 del primer Concilio de Constantinopla (381) y concede el primado sobre todo el Oriente al Patriarca de Constantino­ pla, la nueva Roma 56. En torno al Concilio de Calcedonia, además de los monotelitas, se crearon los grupos de calcedonenses radicales y neocalcedonenses. Y dando un salto de siglos, la denición de la infalibilidad del Papa en el Vaticano I dio origen a los veterocatólicos. Incluso des­ pués del Vaticano II, que no quiso pronumnciar ninguna definición infalible, surgió el grupo de M. Lefébvre, que pervive hasta nuestros días. 12. Estos hechos nos invitan a la reflexión y a la moderación. Si consideramos serenamente y desapasionadamente la historia, creo que podríamos admitir que las últimas definiciones dogmáticas no eran necesarias y no han reportado frutos de vida cristiana a la Igle­ sia. Durante 19 siglos la Iglesia había vivido sin una definición del primado romano y de la infalibilidad del Papa. Ya se creían estas verdades y bastaba la fe de la Iglesia, de los concilios ecuménicos y 56 Conc. Oec. Decreta (ed. de 1962), can. 28, pp. 75-76.

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