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RECEPCIÓN DE LA «ORDINATIO SACERDOTALIS» 33 La función del magisterio es conservar íntegramente, explicar e interpretar auténticamente lo revelado, no proclamar nuevas verda­ des. Si se trata de proposiones no reveladas, la autoridad del Papa no tiene más fuerza que la de sus argumentos. 8. No se debe olvidar que la asistencia del Espíritu Santo no ha sido prometida únicamente al Papa. Ha sido prometida a todo el pueblo de Dios, a los obispos y a los teólogos, a los jóvenes y a los ancianos, a los varones y a las mujeres (cf. Hch 2, 17-18). Es muy importante reconocer que cada cual tiene su carisma, su don al ser­ vicio de la comunidad y saber aceptarlo. Me parece esencial que haya más diálogo, más libertad, más espíritu de comunión. Que Roma no se limite a proclamar verdades y dar órdenes. Es necesario escuchar lo que otros dicen, incluso lo que nos dicen otras iglesias cristianas. Escuchar para reflexionar y aprender, y no sólo para ense­ ñar. Es importante descubrir lo que Dios nos habla hoy a través de los signos de los tiempos: «Es necesario, pues, volver a escuchar la voz de Dios que habla en la historia del hombre»46. Y los signos de los tiempos nos muestran que es una realidad irreversible que la mujer puede ejercer cualquier función, cualquier servicio o ministe­ rio lo mismo en la sociedad civil que en la Iglesia. «Si Dios les ha dado a ellas el mismo don que a nosotros, ¿quien soy yo para impe­ dírselo a Dios?» (cf. Hch 11, 17 ) 47. 9. Entre tantas cosas bellas y admirables como ha escrito el cardenal Ratzinger en sus numerosos libros y artículos, quisiera recordar un párrafo con el que me sentía identificado hace ya muchos años. En su libro El nuevo pu eb lo d e Dios afirma que casi todos los documentos del Vaticano II «están transidos de una tendencia fun­ damental, que puede caracterizarse como apertura dentro d e la teo­ logía, en que queda sobrepasada una forma estrecha de teologizar 46 Cf. J uan P ablo II, Cruzando el umbral de la Esperanza, Barcelona, 1994, p. 138. En sus Encíclicas y otros documentos habla con mucha frecuencia de los «signos de los tiempos», sobre todo en su Exhort. Apost. Vita consecrata: «El discer­ nimiento de los signos de los tiempos, como dice el Concilio, ha de hacerse a la luz del Evangelio, de tal modo que se “pueda responder a los perennes interrogantes de los hombres sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre la relación mutua entre ambas”* (Vit. Cons., n. 73; véase además nn. 37, 81, 83, 94, 97). 47 Discurso de G. C arey , arzobipo de Canterbury en el Sínodo General de 1988.

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