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CORRESPONDENCIA ENTRE SANTOS 467 la que fuere» (p. 73). Que ella tratara de cumplir este mandato lo declara con gran simplicidad: «Es tan grande mi ansia de cumplir en todo la voluntad divina y vivir según el beneplácito de Dios, que mil muertes que me enviara cada hora las sufriría con indecible gusto, pues la idea de agradar y complacer a mi Dios y cumplir su querer divino hace mi felicidad en la tierra» (p. 1085). A esta sumisión a la voluntad divina añade Á. Sorazu otro matiz, especialmente en los últimos años, que se ha de tener muy presen te: su espíritu d e in fancia. En uno de los propósitos que manifiesta a su padre espiritual declara: «Pater meus , Pater meus, Deus meus, Deus meus, qu i erat, et qu i est, et qu i venturus est». En este latín, arreglado por ella, se ha de leer su sentido de infancia que inge nuamente pide a su Padre celeste, a quien ha invocado con sus lati nes: «Inspira en mí las virtudes y perfecciones que necesito para ser tu - hija-verdad» (p. 1300). En el pasaje mentado por Á. Sorazu es igualmente de notar su resonancia bíblica, que llega hasta el nombre que Dios se dio a sí mismo al hablar con Moisés. La Vulgata lo traduce: « Ego sum qu i sum». El padre Mariano lo comenta como punto de arranque de los atributos absolutos de Dios. Su carta 164 (pp. 1558-1559) es un mode lo de metafísica deductiva a partir del Ego sum qu i sum. Y esta metafísica se la propone a su dirigida unida al misterio trinitario, en una conjunción admirable del impersonalismo griego y del persona lismo bíblico. El que el padre Mariano no tomara plena conciencia de esta fecunda síntesis no resta valor a la misma. Ojalá que lo mís tica cristiana hubiera siempre bebido en esta fuente de los atributos de Dios y de la vida trinitaria, cuya raíz fontanal se halla en la pri mera persona de la Trinidad, el Padre. A esta fuente cantó san Juan de la Cruz en aquel su admirable verso: «Que yo bien sé la fonte que mana y corre, / aunque es de noche». Beber de esta fuente, unirse a ella, fue la excelsa meta que el padre Mariano puso ante los ojos y sobre el corazón de su dirigida. Para esta meta el buen director señaló a Á. Sorazu la mejor vía: la que el mismo Jesús propuso a sus discípulos, al decirles: «Nadie va a l P ad re sino p o r mí» (Jn 14,6). Así le expone este pasaje en una de sus cartas: «... primeramente tienes que ir a tomar posesión del Padre Eterno. Pero, ¿quién te llevará y dará posesión de esta prime ra divina Persona? Pues Jesús, como Él mismo nos lo enseñó cuan-
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