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416 M.a DOLORES MATEU MURISCOT que la clave de mantener viva la inquietud histórica por la verdad radica en sustituir la actitud arrogante del escéptico por la modesta del indagador. Pilato se quedó sin respuesta porque formuló mal la pregunta 5. Si hubiera dicho: «Y, ¿quién es la verdad?», Cristo le hubiera podido contestar: «Yo soy la Verdad, como ya había decla rado antes de su Pasión»6. Esta declaración de Cristo: Yo soy la Verdad , es el fundamento de la investigación filosófica cristiana; esto es, de la búsqueda y el diálogo que los intelectuales cristianos acometen acerca la verdad. Éste es el descubrimiento que Agustín de Hipona desveló para sí mismo y para la Iglesia 7; y con hito en él, la intelectualidad conver sa de todos los tiempos. Cristo abrió un nuevo e inmarcesible horizonte para la compre hensión humana, racional y vital, de la realidad profunda que somos. La metafísica cristiana ha de recordar también hoy el silencio de Cris to, y preguntarse, en el amanecer de este nuevo milenio, por qué el Hijo de Dios prefirió callar ante la demanda de la individual, comple ta y totalmente subsistente en sí, razón greco-romana. La relación que ha mantenido la metafísica histórica con la teodicea o la teología es versátil. Desde hacer depender entera mente la filosofía de la teología, hasta subrayar que lo que se diga en teología debe subordinarse a lo que se descubre en filosofía. En intermedio, declarar que teología y filosofía no son incompati bles, con tal que esta última siga el recto camino. Es lo propio del Tomismo y de buena parte del pensamiento católico. Se sigue la norma de que la fe realmente viva exige la inteligencia, y de que la teología es efectivamente una scien tia fid e i. La fe sin razón care ce de plenitud; la razón sin fe y abandonada a sus propias fuerzas se extravía. Teología y filosofía se mantienen, pues, en un equili brio dinámico. La teodicea es considerada en los tratados neoescolásticos como la ciencia de Dios obtenida por la luz natural de la razón, integrán- 5 «Y, ¿qué es la verdad?», Jn 18,38. 6 Jn 14,6. 7 Confesiones, Vili; De vera religione, 39 y 72. Clama Agustín: «Nuestro cora zón, Señor, anda inquieto hasta que descanse en Ti».
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