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440 M.a DOLORES MATEU MURISCOT sujeto absoluto en el espíritu creado, consistente en dar a éste la categoría de “persona”; esto es, de “hipóstasis filiada” en virtud de la cual se establece un parentesco o linaje, conforme a las pala­ bras de san Pedro: “Sois linaje elegido” (IPe 2,9), o de san Pablo: “Somos linaje de Dios” (Act 17,29)»57. Las palabras de Cristo «dioses sois» hallan aquí su fundamento más diáfano. Porque somos del linaje de Dios, podemos encontrar este quién que somos con sólo un sencillo acto genuinamente mís­ tico: poner nuestro espíritu, no sin nuestras facultades racionales o a pesar de su lastre, en inmediato estado de abierto diálogo, que esto es la oración. Recogernos, pues, en sabia meditación, y dejar fluir la trascendente pregunta metafísica común a todas las culturas: ¿quién soy yo, y quién eres Tú? Nuestra congénesis nos permite escuchar, liberados de nuestros identitáticos soliloquios: «Yo soy tu Padre, y tú eres mi hijo, a quien he sellado con el beso ontologico de mi imagen, grabado con el lacre místico de mi semejanza». Sí, somos mística deidad de la divina deidad, como nos aclara Jesucristo, mística trascendencia de la divina trascendencia. No son precisos intermediarios en este diálogo que nos escancia la verdad de nuestro ser. La metafísica genética tiene esta propiedad: abrirnos lo inmarcesible de nuestro ser más íntimo, posibilitando su genuina objetivación racional. En virtud de nuestra real congenitud con el Absoluto, la razón no queda encogida sobre sí misma, antes bien, puede hacerse con el instrumento de su apertura: ese místico y a la vez metafisico diálogo con potestad de tejer discursos racionales, verdaderos y reales. Recapitulando, diremos que el modelo genético que hemos ya dibujado previamente es, a nivel racional, de dos personas en com- plementariedad intrínseca (Pj = P2). La Divinidad es quien define al ser humano; ¿de qué forma? Si es bajo la forma boeciana, carente de la concepción genética del principio de relación, entonces hemos visto cómo nuestra realidad de hijos de Dios descansa sólo en una filiación de adopción, no en una naturaleza filial. Si aplicamos la definición boeciana, la relación filial es exclusivamente divina. Mas 57 F. R ielo , Formación cultural de la filosofía, o. c. (en imprenta).

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