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410 FELIPE F. RAMOS tener con él y con nuestros semejantes. Todo lo que Dios quería decir al hombre es recogido en una figura-imagen única y, para hacerla más asequible, dicha figura-imagen tiene un rostro como nosotros. Es su imagen perfecta, y se llama Jesús. 3.5. Como toda imagen, también la perfecta, la que Dios hizo de Sí mismo, puede verse desde perspectivas diversas. Ella admite, fundamentalmente, una doble valoración: la que ha querido expre­ sar el Artista y la que pueden descubrir en Él cuantos la contem­ plan. Ésta depende, en gran medida, del punto de mira de quienes la contemplan. ¿Puede hablarse de una consideración «objetiva»? Sería la del Artista. Somos muchos los que la valoramos así. Otros observadores prescinden del plan y de la intención del Artista. Se fijan únicamente en la belleza de la imagen considerada en sí misma. Serán sus propios criterios, sus inquietudes y deseos, su mentalidad e ideología los que, al proyectarse sobre Jesús, determinan el signi­ ficado de la «imagen» en cuestión. Serán todos estos aspectos los que el hombre proyecte sobre la figura de Jesús. Este segundo punto de vista es el que ha reconstruido la figura de Jesús, presentándola como la personalidad extraordinaria que encarna sus ideales. Lo han re-creado a su medida: los capitalistas hicieron de Él el modelo de la moderación y del respeto al orden vigente; los comunistas se crearon un Jesús revolucionario y pro­ motor de la lucha de clases; los socialistas le imaginaron como un reformador social: fue un profeta tan audaz que se atrevió a romper con las estructuras e ideas sociales que habían sido tradicionales; para los nacionalistas debe ser encuadrado entre los zelotes, que luchan violentamente por la liberación de la potencia ocupante: Roma; los racionalistas le consideran como un moralista excepcio­ nal; los estetas de cualquier tipo le representan como un artista de la palabra y de la comunicación con las masas; otros le han colo­ cado la etiqueta de reformador religioso, próximo a los fariseos y en desacuerdo con la aristocracia saducea del templo, o le han situado en la línea de los apocalípticos; particularmente, entre los autores judíos, se ha acrecentado la figura de Jesús en cuanto que fue un judío fiel a la Torà, auténtico carismàtico y taumaturgo santo; otros transfieren a Jesús la imagen del fanático y visionario escato­ logico; incluso el mundo erotizado de nuestros días ha tenido la osadía de representarle como un destacado defensor de esta corrien-

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