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404 FELIPE F. RAMOS 3.2. En la consideración del pensamiento paulino aparecen las dos vertientes mencionadas. La forma indicativa, la a cción d e Dios en el hombre, como el haber sido engendrados con dolor; el haber recibido la «forma» de Cristo que vive en ellos; el haberse realizado en ellos una transformación o metamorfosis; el haber contemplado la «gloria» transformante de Dios en el rostro de Cristo; el hallarse bajo la acción del Espíritu, que la hace posible; el plan salvador de Dios, que comienza en un conocimiento eterno y termina conside­ rando como ya realizada la glorificación del hombre; el haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, que alcanzará sus perfiles más perfectos en la imagen de Cristo; el haber participado en la filiación divina y tener parte en la herencia del Hijo y gracias a su obra; el pertenecer a la nueva creación, a la humanidad nueva ini­ ciada con la última y definitiva intervención de Dios en nuestra his­ toria al enviarnos a su Hijo; el estar bajo la acción transfiguradora de nuestro «cuerpo»-persona; el saber que la causa de la dignidad cristiana se fundamenta en que el Resucitado lo es con la dimen­ sión de «primogénito», que sitúa al creyente dentro de la órbita divi­ na; el vestirse o revestirse de Jesucristo incorporando a la propia vida la gracia de Cristo y sus rasgos característicos imitables, su modo de ser y de aliviar... La forma imperativa, la reacción d el hom bre an te la acción d e Dios, es inseparable de la indicativa, y se halla vinculada y causada por ella: el hecho de que Cristo haya sido engendrado, «formado» en los creyentes constituye el inicio de una tarea de «formación», que tiene que prolongarse en el futuro para que la «forma adqui­ rida» responda al ejemplar original; la metamorfosis-transformación se va logrando mediante el cambio progresivo que se produce en el creyente gracias al «sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor» (Fil 3,8); la contemplación de la gloria sólo se consigue mediante el ejercicio de una fe madura bien personalizada: la transformación en la gloria que contemplamos es paralela al aumento de la fe, a una acogida más convencida y agradecida de la revelación de la d ox a por parte de Dios; la acción de Cristo y del Espíritu, que la hacen posible, sólo es eficaz desde la apertura y docilidad personales; el hacernos semejantes a la «imagen de Cristo», a lo que nos ha desti­ nado el plan salvador de Dios (Rom 8,29), implica el esfuerzo per­ sonal para lograrlo; el proceso de transformación para no dejarse «atrapar» por las categorías del mundo es el fundamento y el queha-

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