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EL VESTIDO DEL CRISTIANO 399 que existe en el hombre natural, visto desde la fe, y que combate con el mismo «yo» que se recrea en lo bueno y tiende hacia ello (Rom 7). Para Pablo, «el cuerpo de pecado» es la realidad más grave y significativa de que el hombre forma parte del mundo -eón viejo, de que es «hombre viejo». 2.3. La contraposición es el «hombre nuevo». En esta confron­ tación se halla subyacente la historia de la creación de Adán. Como Adán fue creado «según la imagen de su Creador», así los creyentes deben ser renovados, «revestidos» según la misma imagen. Ser cre­ yente no es otra cosa que ser un segundo Adán 13. El pensamiento es incomprensible si no se tiene en cuenta la historia de la creación del hombre: creado «a imagen de Dios», deteriorada dicha imagen y recuperada por la acción re-creadora de Cristo. Se supondría que el hombre perdió la imagen de Dios, la perdió por la culpa de Adán, haciéndose un «cuerpo de pecado», «hombre viejo». El hom­ bre tendría que volver a recuperar el vestido perdido y, con ello, llegar a ser el «hombre nuevo»14. En contra de esta interpretación debe tenerse en cuenta lo siguiente: el centro de gravedad no está en la contraposición entre Adán y Cristo. La afirmación recae en la posibilidad de llegar a ser hombres nuevos y en las exigencias que ello comporta. Dios quiere levantar al hombre por encima de sus propias posibilidades, sin que ello suponga que, para ello, deba sacarlo previamente del pozo al que se había lanzado y en el que se había ahogado, transmitiendo su ahogo-muerte a sus descendien­ tes. ¿No fue una hipótesis teológicamente muy fundada —yo habla­ ría de tesis clara, desde las referencias bíblicas tomadas en su con­ junto— que Dios se habría encarnado, nos habría mandado a su propio Hijo aunque el hombre no hubiese pecado con el llamado «pecado original»? 2.4. La referencia a Adán podría justificarse desde la expresión «el cuerpo de pecado». Pero lo que al hombre le hace «cuerpo de pecado» es él mismo, mediante sus actos «pecaminosos». Eso es lo que enturbia o difumina en él «la imagen del Creador» nunca perdi- 13 E. L o h m eyer , Die Briefe an die Philipper, Kolosser und an Philemon, Göt­ tingen 1964, p. 160. 14 E. L oh m ey er, o . c ., p. 140.

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