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396 FELIPE F. RAMOS Es interesante el paso de la imagen del cuerpo como habita­ ción o tienda a la del vestido. El cuerpo espiritual, el que tendre­ mos en el cielo, es eterno. A Pablo, como a cualquier mortal, le repugnaba el pensamiento de la muerte. Él la acepta con la espe­ ranza cristiana de la superación de la muerte por la vida, e insiste en que este cambio únicamente puede realizarlo Dios por medio de su Espíritu: «Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su Espíritu, que habita en vosotros» (Rom 8,11). El hombre, en modo alguno podría conseguirlo mediante su esfuerzo. Dios vistió al hombre ya en el paraíso (Gén 3,21); vistió al pueblo y al creyente individual con el vestido de la salvación (Is 61,10); vestirá al hombre con el vestido más precioso para que pueda participar dignamente en la liturgia celeste y en el banquete último del Reino (Apoc 7,13-14; 19,9). Al apóstol Pablo le resultaba tan misterioso hablar de este revestimiento como a nosotros el imaginarlo: «Voy a declararos un misterio: no todos moriremos, pero todos seremos transformados. En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al último toque de la trompeta —pues tocará la trompeta — los muertos resucitarán incorruptos, y nosotros sere­ mos transformados. Porque es preciso que lo corruptible se revista de incorrupción y que este ser mortal se revista de inmortalidad. Entonces se cumplirá lo que está escrito: la muerte ha sido absor­ bida por la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado» (ICor 15,51-56). Se trata de un misterio. Y el misterio consiste en la transfigura­ ción o nueva forma del creyente, que poseerá un «cuerpo espiritual» con el que vivirá una nueva forma de vida. Para describir este mis­ terio, Pablo recurre a la imaginería apocalíptica, a la que pertenece el sonido de la trompeta; sonido que significa el comienzo de la resurrección de los muertos (ITes 4,16; Mt 24,31). Es una necesidad

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