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334 MARIANO ÁLVAREZ GÓMEZ de sí mismo e ir a lo otro de sí, para terminar volviendo a sí mismo. Es claro que Dios no puede salir de sí mismo y que, en este sen­ tido, tampoco puede volver a sí. En un primer paso, esta expresión viene, pues, a acentuar ese ser de Dios en sí mismo: «sibi ipsi innititur, se ipso est, ipsum esse est» (LW II, 77,12-78,1). Hablar de «vuelta completa» implica que se trata de una vuelta completamente distinta a cualquier otra, en con­ creto distinta de la vuelta que caracteriza a los entes, que en mayor o menor medida están todos ellos perdidos en lo que es otro y dis­ tinto de sí mismos. Y, sin embargo, la expresión dista mucho de ser meramente metafórica. Al contrario, habría que decir que expresa la identidad, no abstracta sino absolutamente concreta, en que Dios consiste, vista ahora en su relación con los entes. Viene a decir que Dios, descan­ sando plenamente en sí, está fundamentando en y desde sí mismo lo que las cosas son. Dios es una especie de fuerza que reverbera ser, luz y sabidu­ ría, y que en esa su actividad plena «no puede negarse a nadie», «no puede negar nada», sino que lo confirma y corrobora todo en virtud de esa afirmación plena en que consiste. Se acentúa, pues, que Dios no es ni puede ser distinto de las cosas, al menos en el sentido habi­ tual. Obviamente esto no puede significar que Dios y el mundo estén en el mismo plano, sino todo lo contrario. La misma razón por la que Dios no es distinto de nada hace que sea plena y abso­ lutamente afirmación de sí mismo, y por ello «algo fuera del univer­ so, anterior y superior a él» (LW III, 175,4). 18. LA UNIDAD ES INDISTINCIÓN Si bien ya hemos visto que el ser no es distinto de los seres, ni Dios de las criaturas, ni lo uno de lo múltiple, conviene que anali­ cemos este punto más de cerca. No puede haber nada que sea diferente del ser, ni en conse­ cuencia de lo uno, porque en tal caso no sería en modo alguno. Supuesta la identidad entre el ser y lo uno, es preciso concluir que